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Formarse para Formar |
LA NOVEDAD DE LA FORMACIÓN A PARTIR DEL CONCICLIO VATICANO II
A partir del Concilio Vaticano II se ha visto un gran esfuerzo en la mayoría de las Congregaciones religiosas femeninas por lograr en cada uno de sus miembros una formación a la altura de los tiempos. El llamado de los padres capitulares ha encontrado eco en superioras y formadoras que se han dado a la tarea de capacitar a todas las religiosas de acuerdo a las nuevas situaciones del hombre de hoy. El documento Perfectae caritatis deja consignado para la posteridad la ruta que debía emprenderse: “Promuevan los Institutos entre sus miembros un conocimiento adecuado de las condiciones de los hombres y de los tiempos y de las necesidades de la Iglesia, de suerte que, juzgando prudentemente a la luz de la fe las circunstancias del mundo de hoy y abrasados de celo apostólico, puedan prestar a los hombres una ayuda más eficaz.” 1
La ayuda más eficaz a los hombres que menciona el documento conciliar no era solamente una invitación a una capacitación meramente técnica o académica. No se buscaba simplemente formar mejores profesoras, mejores enfermeras o mejores catequistas. Si leemos con atención y a la luz del conjunto del Concilio Vaticano II este documento conciliar, básico para entender la renovación de la vida consagrada en la Iglesia católica, podemos entender mejor el papel que juega la formación en la renovación de la vida consagrada. El documento, cuando se refiere a los principios generales que deben guiar la formación, establece como premisa el hecho de que “la adecuada adaptación y renovación de la vida religiosa comprende a la vez el continuo retorno a las fuentes de toda vida cristiana y a la inspiración originaria de los Institutos, y la acomodación de los mismos, a las cambiadas condiciones de los tiempos.” 1Un camino de ida y un camino de vuelta. De ida, para recuperar, lo que dirá años más tarde Juan Pablo II, la santidad, la creatividad y la audacia de los Fundadores 3 . De vuelta, porque con ese fervor y con ese ardor se quiere llegar a los hombres que se encuentran en situaciones nuevas, inéditas, y muchas de ellas amenazantes. Por tanto, el objetivo de la renovación es el retorno a las fuentes originarias para vivir con mayor frescura el evangelio y la inspiración originaria de los Institutos, para así adaptarse mejor a las nuevas situaciones del mundo.
Si todo el objetivo del Concilio Vaticano II se reduce en esta máxima, es necesario comprender que los medios que a continuación indicará el documento Perfectae caritatis, serán solamente para lograr con una mayor eficacia este volver a vivir la frescura de los orígenes, en forma tal que puedan adaptarse mejor a lascambiadas condiciones de los tiempos. Podemos establecer por tanto que el detonante que ha originado la adaptación, el cambio sugerido a las congregaciones religiosas, son los nuevos retos a los que se enfrenta la humanidad. Retos que son de muy distinto tipo y que en este pequeño estudio no podemos abarcar. La vida consagrada, como el resto de la Iglesia, corría el peligro de quedarse anquilosada, atrasada y anclada en el pasado y no cumplir con su misión de evangelizadora del hombre y de la cultura en la que el hombre comenzaba a vivir. En muchas congregaciones religiosas se había confundido la esencia de la consagración con modelos culturales. Por ello el Concilio invita a que la vida consagrada, como todos los otros estratos de la Iglesia, se adaptaran a estos nuevos cambios. Para la vida consagrada elige como punto de partida recobrar el fervor de los primeros cristianos y de los fundadores de las congregaciones.
Bajo esta óptica, la formación a la que está invitando la Perfectae caritatis en el número 2d, no es exclusiva y simplemente una formación académica, científica o profesional. Debe ser una formación que pueda ayudar a entender las nuevas situaciones del hombre para ayudarlo a encontrar la riqueza del evangelio y de este modo su salvación. Si la formación académica y científica ayudan a comprender y ayudar al hombre, no debe olvidarse que esta ayuda se debe prestar siempre en nombre de Dios y de forma tal que esta ayuda, aunque sea solamente desde el punto de vista humano, pueda ayudarlo a encontrar la salvación. Así, Benedicto XVI ha definido todo el quehacer de la Iglesia, como un acto de caridad: “Con el paso de los años y la difusión progresiva de la Iglesia, el ejercicio de la caridad se confirmó como uno de sus ámbitos esenciales, junto con la administración de los Sacramentos y el anuncio de la Palabra: practicar el amor hacia las viudas y los huérfanos, los presos, los enfermos y los necesitados de todo tipo, pertenece a su esencia tanto como el servicio de los Sacramentos y el anuncio del Evangelio. La Iglesia no puede descuidar el servicio de la caridad, como no puede omitir los Sacramentos y la Palabra.” 4Toda acción que realizan las personas consagradas para beneficiar al hombre, no lo hacen a título personal, ni siquiera a título de la propia Congregación, lo hacen a nombre de la Iglesia, que tiene al ejercicio de la caridad como una de sus principales funciones. Y estas funciones, aunque sean para la promoción social del hombre, no acaban ahí. La promoción humana del hombre es siempre un medio para ayudarlo a alcanzar la finalidad última de la Iglesia que es la evangelización. “Las transformaciones culturales, sociales y políticas, que involucran, no sin dificultad, pueblos y continentes, inducen a la Iglesia a una presencia evangélica que se convierta en respuesta a las esperanzas y aspiraciones más difusas de la humanidad. Esta viva preocupación pastoral, agudizada por las reflexiones y perspectivas del Vaticano II, reaflora en los sínodos de los Obispos y en las exhortaciones apostólicas, que incitan con claridad e insistencia a la comunidad eclesial a tomar decisiones valientes de renovación, con el fin de acercar al hombre contemporáneo a la fuente de toda auténtica promoción humana y social: el Evangelio.” 5
Por otra parte, la ayuda que se le pueda dar al hombre, una ayuda más eficaz, no debe ser únicamente de tipo académico, científico, social, cultural o humanitario. La ayuda más eficaz que requieren los hombres de nuestros tiempos es aquella que le sirve para comprender su sentido en la vida, su relación con el Creador, la finalidad para la cual han sido creados .6 La necesidad de la formación a la que invita el decreto Perfectae caritatis quiere impulsar a las religiosas a adecuar lo mejor posible el mensaje del evangelio de forma que pueda ser recibido por todas las personas. No basta por tanto una formación académica o científica por sí misma para entender y ayudar al hombre. Este tipo de formación es un medio para ayudar más eficazmente al hombre actual a vivir el evangelio y así ayudarlo a encontrar a Cristo, el sentido último de su existencia. Es necesario por tanto una formación permanente integral y eminentemente espiritual, que permita a la persona consagrada estar en posibilidad de adaptarse siempre lo mejor posible para transmitir el mensaje del evangelio a través del apostolado que la obediencia le ha asignado. Esta capacidad de formarse constantemente es una cualidad que debe adquirirse en las primeras etapas de la formación para ser continuada a lo largo de toda la vida. Sin esta actitud constante de formación, la persona corre el riesgo de anquilosarse, de estancarse y de perder la esperanza en sí misma y en la vida consagrada.
Por ello, la formación, lejos de ser meramente académica o científica, debe ser una formación integral, que abarque a toda la persona consagrada y a todas las personas consagradas. Asistimos quizás a un espectáculo demasiado triste en algunas congregaciones religiosas, especialmente en Italia. Debido a la escasez del esfuerzo por buscar vocaciones, y no sólo a la escasez misma de las vocaciones, observamos congregaciones con una fuerte división cultural y generacional. Las religiosas de edad avanzada son por lo general italianas con una formación académica pobre o básica. Las religiosas jóvenes son extranjeras, de cultura distinta a la italiana con una formación básica generalmente pobre, pero que se enriquece constantemente mediante los esfuerzos de la congregación por dotarlas de una formación universitaria o académicamente rica en contenidos. Sin embargo, ambas religiosas no poseen por lo general una formación espiritual rica en contenidos. Se toma en cuenta, y muy en cuenta, la primera formación espiritual, una formación espiritual clásica, pero que está muy lejos de calar en el interior de la persona. Es una formación espiritual en la que importan más los contenidos externos que la postura interna. Se da más importancia a lo que se hace en la vida espiritual que aquello a lo que se va asimilando. Si la formación permanente debería de ser “la disponibilidad constante a aprender que se expresa en una serie de actividades ordinarias, y luego también extraordinarias, de vigilancia y discernimiento, de ascesis y oración, de estudio y apostolado, de verificación personal y comunitaria, etc., que ayudan cotidianamente a madurar en la identidad del creyente y en la fidelidad creativa a la propia vocación en las diversas circunstancias y fases de la vida” 7, para lograr “(…) el fin de la vida consagrada (que) consiste en la conformación con el Señor Jesús y con su total oblación, a esto se debe orientar ante todo la formación. Se trata de un itinerario de progresiva asimilación de los sentimientos de Cristo hacia el Padre” 8, entonces esta formación permanente, de todo tipo, no debería terminar con la profesión perpetua. Y sin embargo nos damos cuenta que sucede todo lo contrario.
La formación inicial en algunos institutos, parecería meramente un requisito formal para la profesión perpetua. Tal parece que se ciñen a la letra del derecho canónico cuando habla de la formación que deben recibir los novicios: “Estimúlese a los novicios para que vivan las virtudes humanas y cristianas; se les debe llevar por un camino de mayor perfección mediante la oración y la abnegación de sí mismos; instrúyaseles en la contemplación del misterio de la salvación y en la lectura y meditación de las sagradas Escrituras; se les preparará para que celebren el culto de Dios en la sagrada liturgia; se les formará para llevar una vida consagrada a Dios y a los hombres en Cristo por medio de los consejos evangélicos; se les instruirá sobre el carácter, espíritu, finalidad, disciplina, historia y vida del instituto; y se les imbuirá de amor a la Iglesia y a sus sagrados Pastores.” 9Y sin embargo olvidan lo que cita más adelante el mismo Derecho canónico: “Los religiosos continuarán diligentemente su formación espiritual, doctrinal y práctica durante toda la vida; los Superiores han de proporcionarles medios y tiempo para esto.” 10Y es en este punto en dónde se establece la ruptura, especialmente en las superioras de comunidad. Se habla mucho hoy día de la formación permanente. No hay congregación religiosa que no trate este punto en los capítulos generales, en las asambleas intercapitulares, en los congresos internos o en las jornadas de actualidad. Pero mucha de esa formación continua se entiende solamente como una mera actualización de tipo científico, académico o de conocimientos, incluso teológicos. Y no es que este tipo de formación vaya en contra de lo que ha establecido el Magisterio de la Iglesia para la adecuada renovación… pero resulta insuficiente.
La formación necesaria para adaptar la gran riqueza de la vida consagrada a los retos actuales, aquella que permite aplicar la frescura de la vida de los fundadores a las situaciones actuales, aquella que hemos nombrado como formación de ida y formación de vuelta, requiere sin duda alguna de todo este tipo de formación académica, de actualización, de información teológica. Pero poco o nada efectivo lograrán sin una adecuada formación espiritual, es decir, sin lograr que todos esos conocimientos adquiridos calen en el interior de la religiosa y la transformen con el fin no de hacerla una mejor profesora, catequista o enfermera, sino, sobretodo, una mejor discípula de Cristo, que viva en sí misma los mismos sentimientos de Cristo, con el fin de que pueda de esa manera, incidir mejor en los hombres, a través del propio carisma que Dios ha regalado a su Instituto de manos de su Fundador. De lo contrario todos esos contenidos académicos, formativos, teológicos, buenos en sí mismo, corren el riesgo de que no transformen a la mujer consagrada y no la hagan más disponible para la misión. Es triste muchas veces el espectáculo de religiosas que van de un congreso a otro, buscando formación, buscando escuchar discursos que las emocionen, pero que después de años siguen siendo las mismas. No han faltado los medios externos, pero faltan los medios internos para lograr que esos contenidos realmente transformen a la persona y las hagan más semejantes a Cristo, a la manera de sus fundadores y fundadoras.
Hemos dicho que los esfuerzos que se han hecho las congregaciones religiosas femeninas por dotar de buena formación a sus religiosas, ha sido una empresa laudable y digna de encomio. Ahora, las religiosas pululan en los diversos ámbitos universitarios, procurando adquirir una buena formación académica – científica. Se les ve también asistir con asiduidad a cursos de actualización, conferencias de actualidad. Sin embargo tal parece que todo el esfuerzo en la formación permanente se concentra en este tipo de formación académica - científica, dejando a un lado la continuidad en los otros campos de la formación. Es muy fácil delegar la formación de un solo aspecto a una institución universitaria, pero es muy difícil continuar la formación en todos los campos del desarrollo humano, especialmente en el campo espiritual. La fenomenología observada al respecto es muy curiosa y vale la pena detenernos un momento en ella para observarla y sacar las conclusiones pertinentes.
Fijar el horizonte de la formación, ¿hasta dónde quiero llegar?
Con el pasar de los años se entiende cada vez más los propósitos del Concilio Vaticano II para la vida consagrada. Si hemos sintetizado estos objetivos en un camino de ida que quería recuperar el fervor de los Fundadores y en un camino de vuelta para aplicar dicho fervor a las circunstancias actuales de los hombres, tal parece que este camino se ha visto truncado en una de sus partes. Si por un lado las nuevas generaciones de religiosas tienden a llegar con una mejor preparación académica–científica y las congregaciones e institutos religiosos se esfuerzan por continuar este tipo de formación a lo largo de la vida de sus miembros, la parte de la adaptación a los nuevos tiempos no se ha visto completa del todo. Es innegable el hecho que muchas congregaciones, por diversos motivos, han renunciado a tener un papel preponderante en la cultura moderna. Si bien es cierto que las dificultades en nuestros tiempos son muchas y no podemos aducir a un solo factor la renuncia de las congregaciones religiosas femeninas a influir en la cultura, también es cierto que esta renuncia se debe a una falta de preparación de los miembros de las congregaciones por afrontar los nuevos retos de la cultura y de la sociedad. Es necesario por tanto una visión integral del proceso formativo. Esta falta de visión adecuada puede deberse a una concepto equivocado de la consagración, ya que la formación debe responder al objetivo final que se quiere lograr, es decir al tipo de mujer consagrada que se quiere formar. Y esto no sólo en las etapas iniciales, sino a lo largo del todo el arco de vida de la mujer consagrada.
Esta falta de visión global de la vida consagrada ha originado en muchas congregaciones e institutos religiosos una formación parcial, privilegiando tan sólo una formación académica – científica. Los resultados pueden observarse en la falta de adaptación de muchas religiosas a los tiempos actuales, especialmente en aquellas religiosas de edad avanzada. Han quedado postergadas en este esfuerzo de adaptación, observándose no pocas veces fracturas al interno de la congregación que se hacen evidentes en la diferencia de edad, de cultura o de preparación. Al interno de una misma congregación pueden darse diferencias entre estos grupos que genera rupturas irreconciliables.
Se debe pensar por tanto en un horizonte de la formación que responda a un tipo de mujer consagrada que se desea formar. Puede ser que el error de varios institutos religiosos haya sido el de haber fijado una ratio formationis sin haber tomado en cuenta el modelo de mujer consagrada que se quería formar. Llevadas por la moda, por las prisas, por falta de preparación o por una falta de reflexión adecuada, se lanzaron a modificar el proceso de la formación sin tener en cuenta el modelo que se quería alcanzar. Dejaron el todo de la formación por seguir una parte.
El todo de la formación debe abarcar el esfuerzo de la mujer consagrada por hacer ese camino de ida y ese camino de vuelta. Es decir, debe tomar en cuenta la formación necesaria para descubrir y vivir cada día la frescura y la audacia de los Fundadores y aplicar dicha audacia y frescura a las situaciones actuales, sea estas situaciones actuales personales, sea de los hombres a los que se tiene que hacer llegar el evangelio. Las fracturas son evidentes desde el momento en que muchas congregaciones han perdido el ardor por llevar a cabo la misión que su mismo carisma les pedía o no han adaptado y desarrollado el carisma a las cambiantes situaciones de los tiempos actuales. Congregaciones y personas consagradas que se lamentan por la situación actual pero que poco o nada hacen por remediarlo. Al faltar el modelo, cualquier tipo de formación, cualquier contenido formativo es simplemente una yuxtaposición de informaciones que se recogen sin lograr formar un objeto preciso. La formación debe ser en función del modelo fijado, pero tal parece que muchas han recorrido el camino inverso, pensando que una colección indiscriminada de contenidos podría formar una mujer consagrada a la altura de los tiempos actuales.
Pensar la formación de la vida consagrada en los tiempos actuales requiere pensar en primer lugar en el tipo de mujer consagrada que se quiere formar. Una vez que se tiene clara la meta a la que se quiere llegar, entonces y sólo entonces se buscan los mejores contenidos que puedan llevar a cabo el modelo pensado. Cada congregación, lo veremos en los siguientes incisos, por el carisma propio, posee la huella de una mujer consagrada ideal que el fundador o la fundadora han pensado, iluminados por la experiencia del espíritu que Dios les ha permitido realizar. Sin embargo hay notas y características comunes a toda congregación religiosa que permite tener una idea clara y precisa del tipo de mujer consagrada que se quiere formar.
Si partimos de la definición que nos da el Derecho canónico de la vida consagrada, podremos destacar algunos elementos fundamentales de la mujer consagrada. “La vida consagrada por la profesión de los consejos evangélicos es una forma estable de vivir en la cual los fieles, siguiendo más de cerca a Cristo bajo la acción del Espíritu Santo, se dedican totalmente a Dios como a su amor supremo, para que entregados por un nuevo y peculiar título a su gloria, a la edificación de la Iglesia y a la salvación del mundo, consigan la perfección de la caridad en el servicio del Reino de Dios y, convertidos en signo preclaro en la Iglesia, preanuncien la gloria celestial.” 11 El modelo de mujer consagrada será aquella que haya decidido seguir más de cerca de Cristo, mediante los consejos evangélico y poner a disposición de Él toda su vida, como bellamente ha recogido la Exhortación apostólica postsinodal, Vita consecrata: “A quien se le concede el don inestimable de seguir más de cerca al Señor Jesús, resulta obvio que Él puede y debe ser amado con corazón indiviso, que se puede entregar a Él toda la vida, y no sólo algunos gestos, momentos o ciertas actividades. El ungüento precioso derramado como puro acto de amor, más allá de cualquier consideración « utilitarista », es signo de una obreabundancia de gratuidad, tal como se manifiesta en una vida gastada en amar y servir al Señor, para dedicarse a su persona y a su Cuerpo místico.” 12 Se trata por tanto de formar una mujer consagrada que esté siempre en capacidad de seguir a Cristo, de amarlo. Se deben formar en ella las disposiciones necesarias para que pueda tender todos los días a seguir a Cristo.
No es una empresa fácil pues debe pensarse en una formación de toda la persona. Quien adquiere un conocimiento técnico o científico, podemos decir que dicho conocimiento permanece, mientras los avances científicos no digan lo contrario. Quien aprender a sumar y sabe que dos más dos suman cuatro, mientras no haya una evidencia científica que demuestra lo contrario, dicho conocimiento permanecerá inalterado en su persona. Sin embargo la formación de la persona consagrada no puede reducirse a adquirir una serie de conocimientos científicos o espirituales. Es necesario que dichos conocimientos calen en el interior de la persona para hacer que siempre esté disponible a modelar su persona en base a la meta que quiere alcanzar. Esta meta no es sino la de asemejarse a Cristo. Si la definición que da el Derecho canónico de la persona consagrada es la de seguir más de cerca a Cristo bajo la acción del Espíritu Santo, bien sabemos que este seguimiento no se reduce a las primeras etapas de la formación, además de que el seguimiento no está exento de sufrir menoscabos a lo largo del tiempo. El paso de los años, los posibles fracasos, las desilusiones de la vida pueden llevar a las personas consagradas a echar marchar atrás en este seguimiento o por lo menos a frenar el ardor primero y comenzar a vivir sin ilusión y sin entusiasmo. Como quien va arrastrando una vida consagrada, más que gozando del seguimiento de Cristo, como decía Pablo VI: “La gioia di appartenergli per sempre è un incomparabile frutto dello Spirito santo, che voi avete già assaporato. Animati da questa gioia, che Cristo vi conserverà anche in mezzo alle prove, sappiate guardare con fiducia all’avvenire. Nella misura in cui si irradierà dalle vostre comunità, questa gioia sarà per tutti la prova che lo stato di vita, da voi scelto, vi aiuta, attraverso la triplice rinuncia della vostra professione religiosa a realizzare la massima espansione della vostra vita nel Cristo.” 13
El punto fundamental de esta formación permanente se encuentra en formar las disposiciones interiores para estar siempre en una sana tensión para seguir a Cristo. Quizás la exhortación apostólica postsinodal Vita consecrata nos da la clave para resolver este acertijo. Si la persona consagrada a lo largo de su vida debe asemejarse cada vez más a Cristo, respondiendo a al llamado que Él le ha hecho para ser uno de sus discípulos, esto es, para ser uno de los que le siguen más de cerca, esta semejanza tiende a hacerse real en la medida en que la persona se asemeja a Cristo, esto es, en la medida en la que piensa, actúa y quiere como Cristo. Se habla por tanto de una formación que logre penetrar todas las potencias del hombre, su inteligencia, su voluntad y su afectividad, es decir, de una formación integral en forma tal que la persona responde con todo su ser a la persona de Cristo. La misma exhortación Vita consecrata, en base a esta definición de lo que es la consagración, nos da la definición de la formación. “La formación, por tanto, debe abarcar la persona entera, de tal modo que toda actitud y todo comportamiento manifiesten la plena y gozosa pertenencia a Dios, tanto en los momentos importantes como en las circunstancias ordinarias de la vida cotidiana. Desde el momento que el fin de la vida consagrada consiste en la conformación con el Señor Jesús y con su total oblación, a esto se debe orientar ante todo la formación. Se trata de un itinerario de progresiva asimilación de los sentimientos de Cristo hacia el Padre.” 14Tenemos por tanto cerrada l ecuación de la formación en base al concepto de consagración.
Si se ha dicho que la esencia de la consagración es el seguimiento más cercano de la persona de Cristo y que este seguimiento se concretiza en el esfuerzo que hace la persona consagrada por copiar los sentimientos de Cristo, entonces la formación no tendrá como otro objetivo sino el de lograr que la persona consagrada a lo largo de su vida esté siempre disponible a imitar los sentimientos de Cristo. No es ya simplemente el tener unas nociones académicas-científicas o espirituales, sino es dejar que Cristo penetre en la persona consagrada, para lograr en la persona consagrada una respuesta que la lleve cada vez más a asemejarse más a Él. Este proceso no es simplemente un proceso pedagógico, sino una experiencia del Espíritu.
La formación como una experiencia del Espíritu.
Todo proceso pedagógico tiende a generar un modelo previamente aceptado y positivamente buscado. Sin un proceso que lleve al cumplimiento del objetivo se corre el peligro de caer en un idealismo o en una espiritualidad evanescente. Es necesario que la persona conozca por tanto el camino que lo llevará a adquirir los conocimientos que de antemano se ha prefijado o el tipo de personalidad que se ha fijado como modelo. De acuerdo a este proceso pedagógico se busca no tanto el tener o el ser, sino la capacidad constante para llegar a ser lo que se quiere ser. Si en el pasado se ha puesto más énfasis en la adquisición de una serie de conocimientos o la adquisición de un cierto status en la personalidad, hoy día los procesos pedagógicos se focalizan más en la evolución constante de la persona.
Este proceso dinámico puede deberse en parte a la velocidad extrema con la que muchas situaciones en nuestro tiempo van cambiando, dejando a la persona que no tiene la capacidad de adaptarse constantemente a dichos cambios, en una situación precaria de frente al modelo que se había prefijado llegar a alcanzar. Puede deberse también a la característica vital del ser humano que tiende constantemente al cambio, acentuada por la vertiginosa velocidad de las sociedades actuales, especialmente las sociedades occidentales en las que el avance tecnológico requiere incisamente la adaptación de la persona a dichos cambios. Se trata por tanto de un proceso dinámico no en la meta que se desea alcanzar, la cual deberá permanecer siempre fija, sino en las adaptaciones constantes que la persona deberá llevar a cabo debido a los factores internos y a los factores externos. Muchas escuelas de formación han enfatizado el constante cambio de modelo, cuando más bien es el modelo el que debe permanecer fijo y son los medios los que constantemente deben adaptarse para lograr alcanzar el modelo que se ha fijado.
El proceso de formación debe hacer hincapié por lo tanto en dos aspectos, como son el tener claro el modelo que se quiere alcanzar y la capacidad del sujeto para alcanzar el objeto. Se habla por tanto de un proceso objetivo llevado a cabo por un sujeto. En dicho binomio entra perfectamente la capacidad de adaptación que deberá poseer el sujeto para alcanzar el objeto. Mientras que el objeto no cambia, es el sujeto el que debe cambiar constantemente para llegar a la plenitud del objeto. El proceso de formación enfatiza por tanto la capacidad del sujeto para la transformación personal.
Este proceso eminentemente dinámico se traduce en la vida consagrada en la adquisición de las cualidades necesarias, capacidades, para estar siempre en busca del modelo que se ha prefijado. “El objetivo centraldel proceso de formación es la preparación de la persona para la consagración total de sí misma a Dios en el seguimiento de Cristo, al servicio de la misión. Decir « sí » a la llamada del Señor, asumiendo en primera persona el dinamismo del crecimiento vocacional, es responsabilidad inalienable de cada llamado, el cual debe abrir toda su vida a la acción del Espíritu Santo; es recorrer con generosidad el camino formativo, acogiendo con fe las ayudas que el Señor y la Iglesia le ofrecen. La formación, por tanto, debe abarcar la persona entera, de tal modo que toda actitud y todo comportamiento manifiesten la plena y gozosa pertenencia a Dios, tanto en los momentos importantes como en las circunstancias ordinarias de la vida cotidiana.” 15
La idea central de la formación en la vida consagrada se establece en la preparación para seguir a Cristo a través de un crecimiento constante. El seguimiento de Cristo es el dato objetivo que el sujeto, cada persona consagrada, debe esforzarse por alcanzar. Se establece por tanto el dinamismo pedagógico del que hemos hablado renglones arriba en el que la persona consagrada se debe esforzar por llegar a asemejarse con Cristo, que es el dato objetivo del proceso pedagógico. Sin embargo este dato objetivo es influenciado por la persona del sujeto y por las circunstancias que rodean al sujeto. El dinamismo se dará siempre en el sujeto, no en el objeto quien permanece inalterado. El sujeto podrá tener una visión cada vez más clara y nítida del objeto, en la medida que se esfuerza por alcanzarlo. Su esfuerzo deberá centrarse en lograr que su persona y las circunstancias que lo rodeen sean cada vez más semejantes al objeto con el que ha deseado identificar toda su vida. En el proceso pedagógico que hemos establecido, es labor del sujeto identificarse con Cristo a lo largo de toda su vida .16
Pero este proceso pedagógico a diferencia de otros procesos humanos en donde el dinamismo se centra en el esfuerzo personal del educador y en el del educando, debe tomar en cuenta el objeto del proceso pedagógico, es decir, Cristo, que no es simplemente un objeto pasivo. Cristo, como objeto es eminentemente activo, es decir, que influye en el proceso pedagógico permitiendo al sujeto no sólo acercarse a Él y hacerlo suyo, sino que Cristo mismo como objeto se dona, se entrega al sujeto, llevando a cabo así la tan deseada transformación a la cual tiende el proceso pedagógico. Esta característica, además de ser la más original en el proceso pedagógico de la formación en la vida consagrada, es el elemento más importante de dicho proceso, ya que el objeto a alcanzar se convierte a su vez en sujeto activo del proceso pedagógico. “Dios Padre, en el don continuo de Cristo y del Espíritu, es el formador por excelencia de quien se consagra a El.”17
Para que este proceso pedagógico tan característico y peculiar se lleve a cabo, no basta simplemente con las disposiciones humanas que cualquier otro proceso pedagógico podría prever como podría ser la disposición del sujeto para alcanzar el objeto, la posibilidad del objeto de dejarse alcanzar por el sujeto y al acción del formador para proponer el sujeto el objeto a alcanzar y para guiarlo en este procesos educativo. Es necesario tomar en consideración el hecho de que el objeto se torna en sujeto y que además este proceso formativo se debe realizar a nivel de toda la persona. No se trata por tanto de un objeto al que se deba responder solamente desde un punto de vista netamente intelectual. A la persona consagrada no se le pide que responda simplemente a la pregunta de saber quién es Cristo. Debe responder con todas las potencias de su ser, intelecto, voluntad y afectividad, porque el seguimiento de Cristo, que es el fin del proceso pedagógico se lleva a cabo en todas las potencias del ser y no únicamente con la parte intelectual.
Esta fractura en el proceso pedagógico, es decir, pretender que se puede seguir a Cristo sólo desde el punto de vista meramente intelectual o a través de una serie de hábitos, de comportamientos y de acciones que no han sido debidamente interiorizadas por la persona consagrada, es la que origina los abandonos en la vida consagrada o una vida consagrada más bien lánguida, tibia, sin ardor espiritual que ponga en juego toda la vida de la persona consagrada. La formación por tanto ha fallado en sus orígenes cuando no ha establecido todas las potencias de la persona como sujetos activos del proceso pedagógico. Asemejarse a Cristo no es aprenderlo de memoria, sino que es responder a Él con todas las potencias del ser humano.
Para que este proceso se lleve a cabo, para que la persona pueda responder y seguir a Cristo con todas las fuerzas de su ser, es necesario que todas estas fuerzas de su ser, es decir, todas sus potencialidades, respondan a Cristo. Cada una de estas potencias, la mente, la voluntad y la afectividad deben responder a Cristo. “Solamente si segue Creisto nell’uniità indivisa di vivere con lui e per lui di fare per lui e come lui. Qui ci viene incontro la vecchia verità della spiritualità cristiana, e non certo meno vera e profonda per esser vecchia: orazione ed azione, interiorità e dinamismo apostolico, dono di sé a Cristo ed al prossimo” . 18
Para que Cristo sea el centro del proceso formativo, es decir, para que la persona de Cristo pueda transformar a toda la mujer consagrada, es el espíritu el que tiene que arrastrar a las potencias a dar una respuesta. La mente ilumina a la voluntad. La voluntad es ciega y sigue lo que la razón, lo que la mente le dirá. La afectividad puede sentir gusto o rechazo frente a la respuesta. Por ello, siendo el alma la que anima el espíritu del hombre, es decir sus potencias, será necesario que el proceso pedagógico inicie y se dé en el alma del formando. El encuentro de Cristo con el formando es la base y el inicio de todo proceso formativo. Este encuentro con Cristo se tiene que dar, lo hemos apenas dicho, a nivel del alma, a nivel personal, en forma tal que la formada a raíz y como producto de ese encuentro, habiendo hecho la experiencia personal de Cristo, pueda responder con todo su ser a ese Cristo que la ha llamado. Una experiencia de Cristo que no se centra en un momento histórico de la persona, sino que, si bien puede tener un inicio histórico en la persona, deberá continuarse a lo largo de toda su vida, enlazándose así con el concepto de formación permanente, tan presente en el debate de la teología de la vida consagrada de los últimos años. “La formación continua es un proceso global de renovación que abarca todos los aspectos de la persona del religioso y el conjunto del instituto mismo. Se debe realizar teniendo en cuenta el hecho de que sus diversos aspectos son inseparables y se influencian mutuamente en la vida de cada religioso y de cada comunidad.” 19
Retomando de nuevo el argumento sobre el origen de toda formación conviene explicar la forma en que debe darse este encuentro personal con Cristo, esta experiencia personal con Cristo, que será el generador de la formación y de la transformación de la persona consagrada. “Este Espíritu, cuya acción es de un orden diferente que los datos de la sicología o la historia visible, pero que obra también a través de ellos, actúa en lo más secreto del corazón de cada uno de nosotros para manifestarse después en frutos patentes: El es el Espíritu de Verdad que « enseña », « llama », « guía ». El es « la unción » que « hace gustar », apreciar, juzgar, optar.” 20
La experiencia de Cristo que se quiere lograr en el proceso formativo de la vida consagrada no es simplemente un acto de la voluntad del hombre. Es eminentemente un acto del amor de Dios y del amor del hombre. “La comunione di Cristo con il credente trasforma il suo essere e il suo vivere, dà origine a una cosciente reciprocità che denominiamo <>. Forma parte dello sviluppo normale della grazia cristiana nelle sue differenti fasi (…). Parliamo di esperienza sia in senso passivo che in senso attivo: coscienza teologale della salvezza che Dio opera nella vita del credente; coscienza della vita del cristiano che si rinnova grazie all’azione trasformatrice dello Spirito Santo.” Esta experiencia de Cristo no es algo que debe asustar a las formadoras, a las superioras o a las mismas religiosas. No se habla de una experiencia de Cristo como una experiencia mística, sino como una experiencia del espíritu. Conviene por tanto detenernos un momento para explicar la diferencia entre estos dos tipos de experiencia, puesto que pueden llevar a malos entendidos en el proceso de formación, sea inicial, sea en la formación continua.
La experiencia del espíritu.
Hemos dicho que el núcleo de la formación es tener los mismos sentimientos de Cristo. Este objetivo se logra en la medida que el sujeto, la persona que se quiere formar, se apropia del objeto, esto es, los sentimientos de Cristo. Para llevar a cabo este proceso pedagógico es necesario que el sujeto realice un esfuerzo por alcanzar el objeto de la formación. Este proceso es un proceso que se realiza eminentemente en el alma de la persona, en su espíritu, por lo que muchas veces suele llamarse una experiencia espiritual. Hacer la experiencia de Cristo en el proceso formativo no es más que establecer una relación personal con Cristo. La experiencia espiritual de la que se habla se establece en la relación de persona, entre el objeto del proceso pedagógico, la formada, y el objeto de la formación, la persona de Cristo. Como son dos personas las que entran en juego en el proceso pedagógico, y como hemos dicho, si queremos que esta relación verdaderamente toque el interior de la persona para que tocándola pueda transformar toda su persona, esto es, todas sus potencialidades, entonces es necesario que esta experiencia se realice a un nivel eminentemente personal, comenzando del núcleo de la persona, eso es, de espíritu a espíritu. Esta es laexperiencia espiritual. Diferente de la experiencia mística.
La experiencia mística cristiana “è una forma, una modalità della fede, possibile, ma non necessaria. (…) Il mistico non è nella visione beatifica, ma sperimenta un modo particolare di vivere la realtà della fede. (…) Il soggetto viene <>. (…) Il mistico subisce questa attenzione,, non la produce. (…) E’ come un sapere non sapendo <>.” 22Si bien la experiencia mística es una experiencia spiritual se defirencia de ésta porque la persona que experimenta la experiencia mística no hace nada por establecer dicha experiencia. Es Dios quien hace todo y la persona solamente experimenta la acción de Dios. De ahí que podamos afirmar con certeza que la experiencia espiritual es accesible y no sólo accesible sino deseable para todo cristiano.
El proceso pedagógico como una experiencia del espíritu
Podemos por tato establecer el proceso pedagógico como una experiencia espiritual desde el momento en que es posible para el sujeto de la formación establecer una relación personal espiritual con el objeto de la formación. No es un traspaso de conocimientos lo que se debe dar en el proceso formativo de la vida consagrada, sino un traspaso de experiencias, es decir, la experiencia de la persona consagrada cuando se pone en camino para tener los mismos sentimientos de Cristo. Este proceso formativo que se traduce en una experiencia espiritual debe realizarse en el núcleo de la persona, es decir, en su espíritu. La experiencia espiritual viene a ser entonces el encuentro de dos personas, de dos espíritus. El encuentro de la persona consagrada con Cristo. Un encuentro que por realizarse a nivel del espíritu, puede permear todas las potencialidades de la persona, porque este tipo de encuentro nunca es pasivo, sino eminentemente activo. Cuando la persona consagrada experimenta la persona de Cristo, esto es, cuando la persona consagrada encuentra a Cristo en su vida y lo hace parte de su vivir cotidiano, el encuentro personal se traduce en una obediencia. No es simplemente un saber que existe la persona de Cristo, como un saber a nivel académico o científico. Es un saber que se traduce en obediencia a la persona. Se establece por tanto la diferencia entre el saber sapiencial y el saber vivencial. En el primero, la persona conoce solamente con la inteligencia a Cristo, pero su intelecto, su voluntad y su afectividad no quedan tocadas por este conocimiento. En el segundo caso, el del saber vivencial, la persona experimenta a Cristo con su espíritu y esta experiencia se traduce en un encuentro personal con la persona de Cristo. Este encuentro se da a nivel del espíritu, de tal forma que las potencias de la persona consagrada no pueden sustraerse a este encuentro. El encuentro con Cristo llama a una obediencia total de la personal. Obediencia al encuentro es el signo que hace la diferencia entre un saber sapiencial y un saber vivencial. “L’incontro con Cristo avviene nella fedeltà, nella difficile costruzione della fedeltà, perché Cristo è sempre raggiunto ma, d’altra parte, non è mai raggiunto fino al momento del compimento.” 23
Si bien es cierto que la formación en la vida consagrada se da sólo si se verifica la experiencia espiritual del encuentro con Cristo, la transformación de la persona consagrada, para que llegue a tener los mismos sentimientos de Cristo, no se da de forma automática, una vez que la persona establece este encuentro con Cristo. En primer lugar debemos tomar en cuenta que la experiencia espiritual del encuentro con Cristo no se da una sola vez. Hemos aclarado el hecho de que la experiencia espiritual del encuentro con Cristo no es una experiencia mística la cual puede darse, esta sí, una sola vez en la vida. La experiencia espiritual del encuentro con Cristo se aprende a hacerla en las primeras etapas de la formación, pero se concretiza, y se actualiza todos los días de la vida de la persona consagrada. La formación permanente se entiende entonces como un proceso continuo de una experiencia espiritual por encontrar Cristo en la vida cotidiana, dejándose transformar por Él a lo largo de toda la vida. “Mientras la formación inicial estaba ordenada a la adquisición por la persona de una suficiente autonomía para vivir en la fidelidad a sus compromisos religiosos, la formación continua ayuda al religioso a integrar la creatividad en la fidelidad. Pues la vocación cristiana y religiosa reclama un crecimiento dinámico y una fidelidad en las circunstancias concretas de la existencia, lo cual exige una formación espiritual interiormente unificante, pero flexible y atenta a los acontecimientos cotidianos de la vida personal y de la vida del mundo.” 24
En segundo lugar hay que considerar que para que la experiencia espiritual del encuentro con Cristo tome forma en la persona de la mujer consagrada y no se quede como una experiencia espiritual priva de sentido, lo cual sería caer en el subjetivo de una experiencia a nivel afectivo, es necesario que la persona cumpla dos requisitos. El primero de ellos es que repita dicha experiencia espiritual del encuentro con Cristo todos los días. Cuando se habla de experiencia espiritual del encuentro con Cristo no se habla en forma reductiva. Experiencia está puesta en el lugar del conjunto de experiencias. Así como la persona humana establece una relación con otra persona sobre la base de varios encuentros, sobre el conocimiento que tiene de esa persona debido por las situaciones más variadas por las que ambas han pasado, así también la experiencia espiritualdel encuentro con Cristo llega a darse cuando la persona consagrada establece una relación constante y continua con Cristo a lo largo de todos los días. De aquí la importancia de hacer de la vida ordinaria el lugar permanente del encuentro con Cristo. Sin este encuentro constante y permanente se corre el riesgo de que el proceso pedagógico de formar en la persona consagrada los mismos sentimientos de Cristo, puede quedar truncado o incompleto. Razón por la cual hoy se vive en la vida consagrada tantas desilusiones, tantas amarguras y se vive la vida consagrada más como una costumbre que como un encuentro gozoso de cada día.
El segundo elemento que se debe tomar en cuenta para hacer quela experiencia espiritual del encuentro con Cristo transforme la vida de la persona consagrada se encuentra en la respuesta que debe dar a dicho encuentro. Si hemos hablado de la experiencia espiritual del encuentro con Cristo como una respuesta de la persona consagrada a Cristo, dicha respuesta la debemos traducir en una vida transformada por Cristo.
La experiencia espiritual del encuentro con Cristo, como motor fundamental del proceso pedagógico de formación inicial y formación permanente de la persona consagrada, se realiza en el alma de la persona. Esto no quiere decir que dicha experiencia espiritual se reduzca a un vago sentimiento religioso de la presencia de Cristo en la persona consagrada. Si la experiencia espiritual del encuentro con Cristo es un encuentro verdaderamente espiritual, la persona consagrada no puede ser la misma antes y después de dicho encuentro. “La formación sacerdotal (y religiosa) debe lograr, pues, la efectiva transformación de los seminaristas (de las religiosas). Ante todo, transformación en Cristo sacerdote: que Cristo tome forma en ellos (cf. Ga 4, 19). Transformación de toda la personalidad del candidato: su modo de pensar, sentir, amar, reaccionar, actuar, relacionarse con los demás… Todo debe quedar configurado según el alto ideal del sacerdocio católico.” 25
De la experiencia del espíritu a la transformación
Pero esta transformación no se logra únicamente con la simple experiencia espiritual del encuentro con Cristo. Para que dicha experiencia espiritual tome forma e invada todas las potencialidades de la persona consagrada es necesario que la religiosa valore los contenidos de dicho encuentro, los conozca, los haga suyos y después busque la forma práctica de llevarlos a la realidad. “Corresponderá a cada persona verificar de qué manera en su propia vida, la actividad deriva de su unión íntima con Dios y, simultáneamente, estrecha y fortifica esta unión. (…)La verificación de la unidad de vida se hará oportunamente en función de cuatro grandes fidelidades: fidelidad a Cristo y al Evangelio, fidelidad a la Iglesia y a su misión en el mundo, fidelidad a la vida religiosa y al carisma propio del instituto, fidelidad al hombre y a nuestro tiempo.” 26
Este paso de la experiencia espiritual del encuentro con Cristo a la vida práctica requiere de la persona consagrada el iluminar su pensamiento con lo que ha visto en el encuentro con Cristo; fortificar su voluntad para querer hacer en todo momento lo que Cristo le ha hecho ver en la experiencia espiritual del encuentro con Él; y estar siempre en la disposición de ánimo para sentir como sentía Cristo al cumplir la voluntad del Padre. Esta trilogía de conocer, valorar y vivir en las primeras etapas de la formación se llevan a cabo con la ayuda de las formadoras. Posteriormente, cuando se hable ya de formación permanente, este proceso deberá igualmente llevarse a cabo, siendo en este caso que la misma persona consagrada será la responsable del cumplimiento de su programa personal de formación, continuando a hacer la experiencia espiritual del encuentro con Cristo y buscando las formas prácticas y concretas de responder a dicha experiencia espiritual.
Será necesario por tanto que la persona consagrada aprenda a iluminar su mente a la experiencia espiritualdel encuentro con Cristo, de forma tal que se enseñe a conocer lo que Dios quiere de él, a partir de laexperiencia espiritual. No se trata de inventar nada nuevo. El mismo espíritu de Cristo le hará ver a la persona consagrada cuál es su voluntad para cada momento. Sin querer engañarse o encontrar subterfugios, la persona consagrada sabrá que dicha voluntad ordinariamente se expresa en las Constituciones, en los escritos de Fundador o en las indicaciones de sus superioras. Para quien quiere transformar su vida en Cristo sabe que la obediencia es uno de los mejores medios para hacer la experiencia espiritual del encuentro con Cristo. “La vida consagrada, llamada a hacer visibles en la Iglesia y en el mundo los rasgos característicos de Jesús, virgen, pobre y obediente, florece en esta búsqueda del rostro del Señor y del camino que a Él conduce (cf. Jn 14,4-6). Una búsqueda que lleva a experimentar la paz — «en su voluntad está nuestra paz» — y que constituye la fatiga de cada día, porque Dios es Dios y no siempre sus caminos y pensamientos son nuestros caminos y nuestros pensamientos (cf. Is 55, 8). De manera que la persona consagrada es testimonio del compromiso, gozoso al tiempo que laborioso, de la búsqueda asidua de la voluntad divina, y por ello elige utilizar todos los medios disponibles que le ayuden a conocerla y la sostengan en llevarla a cabo.” 27
Pero no basta simplemente con iluminar la mente y conocer lo que Dios quiere de la persona consagrada. Es necesario que la persona consagrada, para poner en práctica lo que ha visto que es la voluntad de Dios para ella, valore lo que dicha voluntad de Dios le propone. “El hombre actúa siempre a favor de algún valor, haga lo que haga…” 28La labor de la formadora o la superiora de comunidad consiste en hacerle ver a la religiosa lo que vale el cumplimiento de la voluntad de Dios, pero no en una forma abstracta, como podría ser el valor del cumplimiento del deber o de la palabra dad. Debe hacerle ver el valor que dicha voluntad de Dios tiene para la misma persona consagrada de forma que la religiosa pueda descubrir la belleza del cumplimiento de la voluntad de Dios sólo porque ha descubierto un valor personal en el cumplimiento de dicha voluntad de Dios.
Por último, una vez que la persona consagrada ha visto el valor que dicha voluntad de Dios tiene para ella, es necesario que la formadora o la superiora de comunidad le ayuden a vivir lo que ha entendido y lo que ha valorado. No basta que la persona consagrada haya entendido y haya valorado. Hay que facilitar la puesta en práctica de la vivencia de la experiencia espiritual que ha significado en encuentro con Cristo. Una de las mejores formas para ayudar a vivir lo que se ha visto con el intelecto y se desea con la voluntad es la formación de hábitos, ya que mediante ellos la persona consagrada estará siempre en disposición de poder llevar a la práctica lo que Dios le va pidiendo a lo largo de su vida. Una formación de hábitos que debe durar por siempre, ya que la persona consagrada siempre estará por hacerse hecha. De ahí la importancia de no interrumpir la formación después de la profesión perpetua.
LOS MEDIADORES DE LA EXPERIENCIA DEL ESPIRITU
Si la formación en la vida consagrada es un proceso pedagógico que tiene como fin primordial el lograr que la persona vaya adquiriendo a lo largo de su vida los mismo sentimientos de Cristo y si este fin primordial se consigue a través de la experiencia del espíritu del encuentro con Cristo de acuerdo a los pasos que hemos mencionado previamente, nos damos cuenta de la necesidad de contar con personas que puedan facilitar dicha experiencia del espíritu. Sin embargo, frente a esta necesidad nos encontramos de frente a dos dificultades que debemos resolver.
Todo proceso pedagógico requiere intermediarios o facilitadores que hagan accesible el proceso pedagógico a la persona que quiere conseguir un fin determinado. Si el niño, por ejemplo, quiere aprender a leer y escribir, dicho proceso pedagógico será facilitado por los profesores capacitados que lo ayudarán a llevar a cabo la finalidad que se ha propuesto. Es un proceso que el faciltador o el profesor ha hecho en primera persona, lo domina no sólo teórica, sino prácticamente. Podemos establecer por tanto que en todo proceso pedagógico el facilitador debe conocer no sólo la teoría del objeto que se quiere alcanzar, sino que él mismo debe haber experimentado ya el objeto, de forma tal que conozca por experiencia personal el camino que se debe seguir para alcanzar el objeto.
Este principio traducido al proceso formativo de la vida consagrada no es de fácil aplicación. Requiere que los formadores sean personas que hayan alcanzado el objeto, Cristo, y que hayan experimentado el camino que debe seguirse para alcanzar dicho objeto. Significa por tanto que las personas hayan hecho la experiencia espiritual del encuentro con Cristo, dando como resultado un conocimiento vivencial de las etapas que los han llevado a dicho encuentro. La primera dificultad que se plantea es el cuestionamiento sobre la validez de la primera aseveración, el hecho de que el mediador haya ya experimentado a Cristo, cuando hemos dicho que la persona está siempre por hacerse, es decir que la persona está siempre en proceso de tener en su vida los mismos sentimientos de Cristo. Podría ser una contradicción pensar que quien ha hecho ya la experiencia de Cristo parecería que ha conseguido el objeto del proceso educativo y que por lo tanto no se ve la necesidad de continuar haciendo dicha experiencia.
Esta dificultad puede resolverse aduciendo el hecho de que hacer la experiencia del espíritu no da automáticamente como resultado el tener ya los mismos sentimientos de Cristo. Si bien hemos dicho que el proceso formativo en la vida consagrada es un proceso que dura toda la vida, porque a lo largo de la vida la persona siempre está por hacerse, esto es, que en su corazón y en su mente cabe espacio para conocer más a Cristo y para poderlo amar más y mejor, esto no quiere decir que el hacer cotidianamente la experiencia espiritual del encuentro con Cristo produzca automáticamente el tener los mismos sentimientos de Cristo. Si la persona está siempre por hacer, tendrá necesidad todos los días de experimentar a Cristo para hacerse cada día más persona consagrada, es decir, persona que cada día vive un poco mejor, y/o un poco más los mismos sentimientos de Cristo29 . Así como el hombre en esta tierra no puede agotar el misterio de Cristo, sino que tiene necesidad constantemente de recurrir a Él para asemejarse más a El, de la misma manera no basta hacer solamente una experiencia del espíritu del encuentro con Cristo, sino que hay que hacerla constantemente, ya que el objeto de la formación no se agotará nunca. Si el niño puede llegar a decir en un momento determinado que el proceso pedagógico de lecto-escritura ha terminado en el momento en que es capaz de leer y escribir por sí sólo, la persona consagrada no puede decir que habrá alcanzado su objeto de la formación en esta tierra, es decir, que habrá alcanzado el tener los mismos sentimientos de Cristo. Es un proceso constante porque el misterio de Cristo, objeto del proceso pedagógico de la formación en la vida consagrada, no se agota en esta vida.
El segundo escollo se refiere la dificultad de transmitir y de generalizar la experiencia del espíritu del encuentro con Cristo, pretendiendo hacer un patrón uniforme, con el fin de establecer pasos graduales para hacer dicha experiencia. Si bien es cierto que el meollo del proceso formativo es la experiencia del espíritudel encuentro con Cristo y que dicha experiencia debe ser favorecida por unos mediadores, como en cualquier proceso pedagógico, no debemos olvidar que al hablar de la experiencia del espíritu del encuentro con Cristo, se debe considerar que cada persona hace su propia experiencia del espíritu del encuentro con Cristo. No estamos hablando de un proceso pedagógico en donde el objeto y los medios para alcanzar el objeto son materiales y comunes a todas las personas. Hemos dicho que en el caso de la formación en la vida consagrada el objeto del proceso formativo es una persona, Cristo, y el sujeto es otra persona, la formada. Por tanto Cristo se revelará a cada persona en forma única, en forma personal, y cada consagrado tomará la forma de Cristo en forma única, en forma personal. Por ello parecería difícil el entender en este proceso la dificultad de transmitir y generalizar la experiencia del espíritu, haciendo difícil o superflua la labor de los formadores, en el sentido de que poco o nada podrían aportar a este proceso pedagógico, desde el momento en que tanto sujeto como objeto son personas en constante movimiento espiritual.
A esta objeción podemos responder que si bien cada experiencia del espíritu del encuentro con Cristo es un hecho meramente personal, también podemos decir que dicha experiencia del espíritu es común a todos los hombres en cuanto a proceso. El proceso se hacer personal, pero no por ello no puede ser estudiado en sus generalidades. Y quien está haciendo la experiencia del espíritu del encuentro con Cristo, puede no sólo transmitir su experiencia, sino ayudar a otros a realizar dicha experiencia, por el hecho de que el camino es común, aunque cada uno lo afronta de manera personal. Por ello, el facilitador del proceso formativo de hacer la experiencia del espíritu del encuentro con Cristo, no sólo conoce ciertas etapas de este encuentro y su problemática aneja, sino que puede transmitir esta experiencia, si bien subjetiva, a otros sujetos, porque el camino y el objeto que se quieren alcanzar son objetivos. “Pero en esta obra Él se sirve de la mediación humana, poniendo al lado de los que Él llama algunos hermanos y hermanas mayores. La formación es pues una participación en la acción del Padre que, mediante el Espíritu, infunde en el corazón de los jóvenes y de las jóvenes los sentimientos del Hijo. Los formadores y las formadoras deben ser, por tanto, personas expertas en los caminos que llevan a Dios, para poder ser así capaces de acompañar a otros en este recorrido.” 4
Este recorrido se realiza desde el inicio de la vida consagrada hasta el momento en que Dios quiera llamara a Sí a la persona consagrada. Hacer la experiencia del espíritu del encuentro con Cristo es un proceso pedagógico que lleva toda la vida. Un proceso, a mi modo de ver, semejante al del enamoramiento. No basta conocer a la persona amada, hay que identificarse plenamente con ella hasta llegar a hacerse uno. Benedicto XVI lo explica en una forma admirable en su encíclica Deus caritas est: “Idem velle, idem nolle, querer lo mismo y rechazar lo mismo, es lo que los antiguos han reconocido como el auténtico contenido del amor: hacerse uno semejante al otro, que lleva a un pensar y desear común.” 31 Y en esta identificación va de por medio todo el sujeto y todo el objeto del proceso pedagógico. Un proceso que se hará cada vez más real en la medida en que el sujeto llegue a compenetrarse del objeto, llegue a ser uno con el objeto hasta por decir que no tiene otra voluntad que la voluntad de Dios.
Un proceso que se realiza en el espíritu, por ello se llama experiencia del espíritu, y que llega a abarcar todas las potencialidades del ser. La persona consagrada en formación, y todas las personas consagradas son personas siempre en formación, buscan entregar su vida a Dios en el seguimiento más cercano de Cristo32 . Para ello se inicia un proceso pedagógico que tiende a buscar en todo la semejanza con Cristo. Todo inicia con una intuición, una llamada, un darse cuenta que la vida no tiene sentido fuera de la persona de Cristo. “Este es el sentido de la vocación a la vida consagrada: una iniciativa enteramente del Padre (cf. Jn 15, 16), que exige de aquellos que ha elegido la respuesta de una entrega total y exclusiva. La experiencia de este amor gratuito de Dios es hasta tal punto íntima y fuerte que la persona experimenta que debe responder con la entrega incondicional de su vida, consagrando todo, presente y futuro, en sus manos. Precisamente por esto, siguiendo a santo Tomás, se puede comprender la identidad de la persona consagrada a partir de la totalidad de su entrega, equiparable a un auténtico holocausto.” Es el querer hacer lo que quiere el Amado. Para ello la persona consagrada se pone durante toda su vida en una postura de contemplación para conocer quién es el Amado que la llama, cuál es la voluntad y cómo puede responder a dicha voluntad. Son las tres potencias de la persona que se ponen en movimiento a partir de la llamada divina. Es por tanto un proceso en el que viene involucrada toda la persona. Esta respuesta no es únicamente la respuesta cerebral de quien tiene que seguir una orden. Es la respuesta de una persona que ha escuchado una llamada en su corazón y desea responder desde su propio corazón. Llamamos corazón a la facultad del hombre que le permite responder en libertad y sólo por el motivo gratuito de la dicha de responder al llamado. Llamamos por tanto corazón a la facultad de amar. Es un proceso pedagógico pero que tiene como fundamento el amor y que necesariamente desemboca en el amor, porque llega a decir como san Pablo, no soy yo quien vive en mí, es Cristo quien vive en mí. Se establece por tanto la hermosa metamorfosis que señalaba Benedicto XVI, de forma tal que la persona amada se transforma en el amado.
Este proceso pedagógico de la formación en la vida consagrada abarca todo el arco de la existencia humana, porque es a través de toda la vida que el sujeto realiza la experiencia del espíritu del encuentro con Cristo. “La experiencia de Dios es la experiencia fundacional de la Vida Religiosa porque es el llamado al seguimiento de Cristo que me hizo entregarle la vida y es la fuente que da sentido a todos los otros aspectos de la vida consagrada. No puede ser sustituida por nada.” 34 La formación para llevar a cabo estaexperiencia espiritual, que no es una experiencia espiritual sino la suma de todas las experiencias espirituales que se realizan a lo largo de la vida en el esfuerzo por buscar hacer la voluntad de Dios, esto es, por buscar hacerse semejante al amado, tener sus mismos sentimientos, puede prestarse a subjetividades tales como pensar que es el sujeto el único artífice de esta experiencia. Si bien es cierto que el sujeto es el responsable de dicha experiencia del espíritu, no debemos olvidar que el primer artífice de dicha experiencia es el Espíritu, es decir, es el sujeto del proceso pedagógico de la formación de la vida consagrada quien permite y quien se hace accesible a la persona consagrada en el encuentro personal con Cristo. “Es el Espíritu quien suscita el deseo de una respuesta plena; es El quien guía el crecimiento de tal deseo, llevando a su madurez la respuesta positiva y sosteniendo después su fiel realización; es El quien forma y plasma el ánimo de los llamados, configurándolos a Cristo casto, pobre y obediente, y moviéndolos a acoger como propia su misión. Dejándose guiar por el Espíritu en un incesante camino de purificación, llegan a ser, día tras día,personas cristiformes, prolongación en la historia de una especial presencia del Señor resucitado.” 35
Tomando en consideración que el proceso pedagógico de la formación en la vida consagrada es iniciativa del Espíritu no podemos dejar de considerar que también es necesaria la participación de algunos agentes externos a dicho Espíritu y a la misma persona consagrada. Si bien es cierto que la persona consagrada se pone en camino para buscar en todo cumplir con la voluntad de su amado, de modo de conformar toda su existencia con los mismos sentimientos de Cristo, no debemos olvidar algunos factores que pueden obnubilar o deteriorar este seguimiento.
En primer lugar el hombre es un ser que lleva en sí mismo las huellas del pecado original. Si bien ha sido redimido por Cristo quien ha pagado por todos los hombres y por todos sus pecados, la huella del pecado original queda en el alma del hombre, haciéndole perder muchas veces de vista el bien que quiere alcanzar: “L’uomo può così indicare e ricercare come bene ciò che gli è gradito per la sola ragione che questo gli è gradito, anche quando questo gli è obiettivamente nocivo, e fuggire come male ciò che gli è obiettivamente un bene per la sola ragione che ciò gli causa, sul piano della sensibilità, un disappunto.” 36
En segundo lugar observamos la necesidad que tiene todo hombre de ser guiado en el plano espiritual. Estamos hablando de un campo no técnico, sino un campo que tiene que ver mucho con Dios. Hacer laexperiencia del espíritu del encuentro con Cristo implica un conocimiento de los dinamismos del alma, de la forma en que actúa Dios que no todos conocen y no todos dominan, máxime cuando la persona implicada es la que tiene que juzgar sobre las formas, los pasos, las estrategias que debe seguir para hacer estaexperiencia del espíritu. Es necesario por tanto una persona, un facilitador de este proceso pedagógico.
Por último, el hombre está siempre sujeto al cambio. Su desarrollo físico, espiritual, psicológico, los eventos de la cultura en el que vive, los éxitos o fracasos en el apostolado, el mismo dinamismo interno de la congregación o de la comunidad conllevan una necesaria adaptación que puede de alguna manera desenfocar el proceso pedagógico principal de la vida del consagrado, esto es su encuentro personal con Cristo. Por ello, para hacer frente a una serie normal de cambios, la persona consagrada se encuentra siempre con la necesidad de recurrir a mediadores que le ayuden a seguir el camino iniciado del encuentro personal con Cristo. “Además, las personas consagradas son llamadas al seguimiento de Cristo obediente dentro de un «proyecto evangélico», o carismático, suscitado por el Espíritu y autenticado por la Iglesia. Ésta, cuando aprueba un proyecto carismático como es un Instituto religioso, garantiza que las inspiraciones que lo animan y las normas que lo rigen abren un itinerario de búsqueda de Dios y de santidad. En consecuencia, la Regla y las demás ordenaciones de vida se convierten también en mediación de la voluntad del Señor: mediación humana, sí, pero autorizada; imperfecta y al mismo tiempo vinculante; punto de partida del que arrancar cada día y punto también que sobrepasar con impulso generoso y creativo hacia la santidad que Dios «quiere» para cada consagrado. En este camino, la autoridad tiene la obligación pastoral de guiar y decidir.” 37
Por ello en todo el proceso formativo la figura del mediador será siempre de ayuda. Debemos aclarar que cuando nos referimos a la ayuda que debe dar el mediador del proceso pedagógico de la formación en la vida consagrada no nos estamos refiriendo únicamente a las primeras etapas de la formación en cuanto tal, como podría ser el aspirantado, el postulantado, el noviciado o el juniorado. Nos referimos a toda la vida, ya que, como hemos visto, es durante toda la vida que se forma la persona consagrada, hasta que adquiera los mismos sentimientos de Cristo. Por ello, cuando hablamos de mediadores o facilitadotes del proceso pedagógico de la experiencia del espíritu que es el encuentro personal con Cristo, no nos estamos refiriendo únicamente a la maestra del aspirantazo, del postulantazo, del noviciado o del juniorado. Nos estamos refiriendo también a la superiora de comunidad que debe tener entre sus prioridades el acompañar y sostener a las hermanas de la comunidad en el camino hacia la adquisición de los mismos sentimientos de Cristo, ayudándoles a hacer la experiencia del espíritu durante todos los días. Es conveniente recordar que la superiora de comunidad debe huir de aquella plaga de la vida consagrada en nuestros días que es la de considerar su misión de superiora únicamente como una administradora o como una celadora de los horarios y de los aspectos externos de la comunidad, Es ante todo una persona que debe sostener a sus hermanas en el camino espiritual. “La autoridad está llamada a acompañar en el camino de la formación permanente. Una tarea que, hoy día, hay que considerar cada vez más importante es la de acompañar a lo largo del camino de la vida a las personas que les han sido confiadas. Ello implica no sólo ofrecerles ayuda para resolver eventuales problemas o superar posibles crisis, sino también estar atentos al crecimiento normal de cada uno en todas y cada una de las fases y estaciones de la existencia, de manera que quede garantizada esa «juventud de espíritu que permanece en el tiempo»,37 37y que hace a la persona consagrada cada vez más conforme con los «sentimientos que tuvo Cristo» (Flp 2, 5).” 38 Por ello, lo que expresemos de los mediadores o facilitadotes del proceso pedagógico de la formación, lo debemos aplicar indistintamente a las formadoras y a las superioras de comunidad, aunque haciendo las debidas adaptaciones de acuerdo a los distintos periodos de desarrollo de cada una de las etapas de formación o de vida consagrada.
“Para Jeremías, Pablo y Pedro, la experiencia de Dios fue transformadora. Después de ella ya no eran los mismos. Ya no fueron capaces de vivir para sí mismos y se entregaron en cuerpo y alma al servicio de Dios y de sus hermanos. En la Vida Religiosa tiene que darse un cairos semejante, el momento del <>, de perder un poco la cabeza por la fascinación y el entusiasmo que suscita la Persona de Cristo.” 39La importancia de la experiencia de Dios, la experiencia espiritual del encuentro con Cristo es piedra fundamental del edificio de la vida consagrada. Sobre de ella se debe construir toda la vida del consagrado. Sin ella tarde o temprano caerá la construcción. Para conocer la tarea que debe desarrollar la formadora y la superiora de comunidad con el fin de favorecer en la formanda o en la religiosa dicha experiencia del espíritu es necesario recordar que la experiencia del espíritu del encuentro con Cristo “s’intende che Dio unitrino si dà a conoceré nella persona di Gesù di Nazaret per la potenza dell Spirito e va accolto atrraverso l’intellectus fidei; tale esperienza è sempre dono gratuito di Dio. Più precisamente, l’esperienza che è sostanzialmente la percezione o presa di coscienza della vita divina presente nel cristiano, consiste in un processo d’interiorizazzione del mistero di Dio rivelato in Cristo nell’ambito della Chiesa, la cui condizioni normali di crescita sono leegate obligatoriamente all’esercizio della vita teologale e sacramentale.” De esta definición de experiencia del espíritu del encuentro con Cristo podemos sacar algunas reflexiones y conclusiones interesantes para la labor de las formadoras y de las superioras de comunidad.
La labor de las formadoras y superioras de comunidad
Vemos como el encuentro con Cristo se da a partir de una experiencia del espíritu. Dios que se hace presente, por pura gratuidad, por pura gracia, en el alma de la persona. Si bien es Dios el autor principal de este encuentro, normalmente se requieren algunos medios para que Dios se haga presente en el alma de la persona consagrada. Un cierto ambiente de silencio en las casas de formación y en las comunidades religiosas es elemento esencial para lograr el diálogo con Cristo que tanto favorece la experiencia del espíritudel encuentro con Cristo. Y esto porque estamos hablando de un encuentro en el ámbito del espíritu. Un encuentro personal, pero sin perder de vista el ambiente del espíritu en donde se lleva a cabo el encuentro. Las personas y los ambientes demasiado volcados al exterior no propician este encuentro. No es por tanto primacía sólo de los monasterios de clausura el guardar silencio. Debe ser más bien una condición de todos los ambientes de vida consagrada, ya sea casas de formación o comunidades de vida apostólica. Y tarea de la formadora o superiora de comunidad es la de asegurar un mínimo de silencio para que el alma haga laexperiencia del espíritu del encuentro con Cristo.
Muy unido al silencio se encuentra la vida de oración, si las personas consagradas quieren en verdad hacer laexperiencia del espíritu del encuentro con Cristo. “Todo esto se realiza en el diálogo de amor de la oración. Una oración constante, prolongada, sencilla, íntima, en el silencio y la soledad. Es una oración que no se queda en la recitación de preces y salmos escritos por otros, sino que expresa con espontaneidad los propios sentimientos y anhelos y conduce a la mutua donación por amor.” 41Podemos decir por tanto que la oración es el ambiente propicio para hace la experiencia del espíritu del encuentro con Cristo. La formadora y la superiora de comunidad no pueden hacer oración en lugar de las almas a ellas encomendadas. Tampoco las pueden forzar para hacer oración. Lo que sí pueden hacer es formar a las jóvenes en una sólida metodología de a oración, de acuerdo con el propio carisma, y propiciar a todas las religiosas los ambientes y los tiempos adecuados para la oración. No es posible pensar en una superiora que dé más importancia a la acción que al tiempo de oración. Si bien las circunstancias actuales que requieren una mayor presencia de personal en las obras podrían empujar a disminuir el tiempo y la calidad de la oración, la superiora debe tener en cuenta que ceder a la tentación de suprimir o acortar los tiempos de la oración, o dejarlos a la libertad de cada persona sin supervisar adecuadamente el cumplimiento de la misma, es exponer a la religiosa a perder la vocación o a vivirla en forma tibia y mediocre. La superiora de comunidad que se desentiende de la oración de sus religiosases una superiora que ha dado ya su dimisión como tal. “La autoridad está llamada a garantizar a su comunidad el tiempo y la calidad de la oración, velando sobre la fidelidad cotidiana a la misma, consciente de que se avanza hacia Dios con el paso, sencillo y constante, de cada día y de cada miembro, y sabiendo que las personas consagradas pueden ser útiles a los demás en la medida en que están unidas a Dios. Está llamada también a vigilar para que, empezando por sí misma, no disminuya el contacto cotidiano con la Palabra que «tiene el poder de edificar» (Hch 20, 32) a cada una de las personas y comunidades y de indicar los senderos de la misión. Recordando el mandamiento del Señor «haced esto en memoria mía» (Lc 22, 19), procurará que el santo misterio del Cuerpo y la Sangre de Cristo sea celebrado y venerado como «fuente» y «cumbre» de la comunión con Dios y de los hermanos y hermanas entre sí. Celebrando y adorando el don de la Eucaristía en obediencia fiel al Señor, la comunidad religiosa obtiene inspiración y fuerza para su total entrega a Dios, para ser signo de su amor gratuito y referencia eficaz a los bienes futuros.” 42
Si bien es difícil para la formadora o la superiora de comunidad el propiciar los medios adecuados para que las religiosas a ellas encomendadas inicien o profundicen la experiencia del espíritu del encuentro con Cristo, ellas cuentan con un medio privilegiado. Hacer la experiencia del espíritu comporta un camino espiritual. Como ya hemos dicho, no se trata de hacer la experiencia del espíritu, entendida ésta como una sola experiencia desde el punto de vista numérico. Se trata de una serie de experiencias espirituales que se van acumulando con el paso del tiempo y que van dando a cada alma el tono propio de haber hecho la experiencia del espíritu. Se establece por tanto la necesidad de contar con un camino espiritual que facilite dicho encuentro con Cristo. Este camino es lo que en teología espiritual se llama espiritualidad y que para cada congregación religiosa se resume en el propio carisma. Es a partir de cada carisma de dónde debe nacer una propia y verdadera espiritualidad. “Se establece por tanto una espiritualidad propia, basada en laexperiencia espiritual del Fundador o Fundadora. La espiritualidad por tanto se convertirá en el camino a seguir para alcanzar a Dios, de acuerdo a la huella que el mismo Dios deja en el alma y con la concurrencia de la persona consagrada a través de unos medios muy específicos, delineados por el fundador o por el patrimonio espiritual de la congregación acumulado a lo largo de los años.” 43La formadora y la superiora de comunidad que viven el carisma podrán encontrar en él una serie de medios para proponer a las religiosas un camino espiritual seguro y eficaz que les permita hacer la misma experiencia del espíritu que hizo el fundador y que le permitió encontrar a Cristo bajo su punto de vista muy específico. Esto es así, ya que si “elcarisma mismo de los Fundadores se revela como una experiencia del Espíritu (Evang. test. 11), transmitida a los propios discípulos para ser por ellos vivida, custodiada, profundizada y desarrollada constantemente en sintonía con el Cuerpo de Cristo en crecimiento perenne,” 44el mismo carisma se propone como un medio para hacer la experiencia del espíritu. Toca a la formadora y a la superiora de comunidad conocer y vivir el carisma de forma que lo pueda aplicar en cada una de las religiosas, respetando su etapa evolutiva, su periodo de formación y aplicándolo también en cada una de las obras de la congregación y de acuerdo con las necesidades más urgentes de la diócesis en dónde se hayan insertas. “La autoridad está llamada a mantener vivo el carisma de la propia familia religiosa. El ejercicio de la autoridad comporta también el ponerse al servicio del carisma propio del Instituto de pertenencia, custodiándolo con cuidado y actualizándolo en la comunidad local o en la provincia o en todo el Instituto, según los proyectos y orientaciones ofrecidos, en particular, por los Capítulos generales (o reuniones análogas).3131 Esto exige en la autoridad un conocimiento adecuado del carisma del Instituto; un conocimiento que habrá asumido en la propia experiencia personal e interpretará después en función de la vida fraterna en común y de su inserción en el contexto eclesial y social.” 45
EL DRAMA DE NUESTROS DÍAS: LA BRUSCA INTERRUPCIÓN EN LA FORMACIÓN.
Si hemos dicho que la formación en la vida consagrada es un proceso pedagógico en el que la finalidad es identificarse con los mismos sentimientos de Cristo y que dicho proceso se lleva a cabo eminentemente a través de la experiencia del espíritu del encuentro con Cristo, es lógico pensar que este proceso se dará durante toda la vida, ya que ninguna persona consagrada puede considerarse completamente formada. “El proceso formativo, como se ha dicho, no se reduce a la fase inicial, puesto que, por la limitación humana, la persona consagrada no podrá jamás suponer que ha completado la gestación de aquel hombre nuevo que experimenta dentro de sí, ni de poseer en cada circunstancia de la vida los mismos sentimientos de Cristo. La formación inicial, por tanto, debe engarzarse con la formación permanente, creando en el sujeto la disponibilidad para dejarse formar cada uno de los días de su vida.” 46
Hemos analizado también el hecho de que esta experiencia del espíritu que centraliza el proceso formativo se lleva a cabo por la persona consagrada, como primer responsable de la formación, pero que puede servirse de algunas mediaciones personales para ayudarse a realizar esta experiencia del espíritu en forma constante. De esta manera la formación permanente a la que tanto se alude en nuestros días, se realiza no sólo a través de la asistencia a medios de formación intelectual, religiosa o cultural, sino sobretodo a través del esfuerzo personal que la persona consagrada debe realizar todos los días, haciendo de su vida diaria un camino constante por hacer la experiencia del espíritu del encuentro con Cristo a lo largo de todos los días para asemejarse más a Cristo, en toda su persona y principalmente en sus sentimientos.
La iniciación a la experiencia del espíritu que implica el encuentro personal con Cristo tiene lugar en las primeras etapas de formación. En ellas, las maestras de formación realizan con la persona consagrada un constante camino de discernimiento para conocer los movimientos del espíritu y así constatar que se pongan las bases necesarias, los hábitos imprescindibles, para que la persona en formación pueda contar en su vida futura consagrada con un arsenal de medios a su disposición que le permitan llevar a cabo por sí solo, este proceso de formación permanente, es decir, la experiencia del espíritu que supone el encuentro personal con Cristo.
Pero esta autonomía que se busca no significa renunciar a seguir contando con algunos medios que se tenían en la casa de formación. Si la persona consagrada está siempre por hacerse, por construirse, nunca sabrá a ciencia cierta el tipo de obstáculos internos o externos a los que podrá enfrentarse. Además, el mismo desarrollo natural de su persona, las distintas etapas psicológicas por las que deberá atravesar en la vida, le deparan no pocos cambios y ajustes que tendrá que hacer no sólo en su persona, sino en su vida consagrada. Si bien es cierto que puede contar con un bagaje interior adquirido en las etapas iniciales de formación que le permitirá afrontar los retos y los desafíos de su consagración a Dios, no está por demás el que se asesore o se ayude de los medios que la Iglesia y la propia congregación pone a su alcance para verificar el avance en su configuración con los sentimientos de Cristo. Además, muchos de estos cambios requieren no sólo utilizar los medios que aprendió a usar en las etapas de la formación inicial, sino la adaptación de dichos medios a las nuevas circunstancias .47
Hablamos por tanto de una verificación, de una evaluación de un asegurarse que se esta yendo por el camino adecuado. Lejos de nosotros pensar que se trata de una limitación a la libertad o a la dignidad humana. Es la persona consagrada la que libremente tiene que buscar esos medios, si su interés es seguirse configurando cada día más con los sentimientos de Cristo. Si bien esta evaluación debe ser algo querido por la persona consagrada, es conveniente que la congregación ponga a disposición de todos sus miembros algunos de estos medios que en las primeras etapas de la formación existían y que ahora también pueden irse dando, aunque dosificado a las distintas etapas por las que van pasando los miembros consagrados. Así tenemos los retiros espirituales mensuales, los ejercicios espirituales anuales, las prácticas de piedad en comunidad, un ambiente propicio para el desarrollo de la propia vocación, la posibilidad de recurrir a un director espiritual al interno de la congregación, el contar con buenos confesores.
La tarea específica de las superioras de comunidad
Estos medios pueden ser potenciados por la misma superiora de comunidad. Durante el período del post-concilio se ha dado una ruptura histórica en la figura de la superiora de comunidad. Si por un lado es cierto que en los conventos de clausura la figura de la abadesa o de la priora estaba siempre asociada a la de madre espiritual o directora espiritual de las almas a ella encomendada, es cierto que en no pocas comunidades de vida activa, la figura de la superiora se asemejaba más a una guardiana del orden externo: “Existe una opinión generalizada de que la evolución de estos últimos años ha contribuido a hacer madurar la vida fraterna en las comunidades. En muchas de ellas el clima de convivencia ha mejorado; se ha facilitado la participación activa de todos; se ha pasado de una vida en común, demasiado basada en la observancia, a una vida más atenta a las necesidades de cada uno y más esmerada a nivel humano. Se considera, en general, como uno de los frutos más claros de la renovación, llevada a cabo durante estos años, el esfuerzo por construir comunidades en las que se pueda vivir de verdad, menos formalistas, menos autoritarias, más fraternas y más participativas.” 48 Aunque no debemos olvidar que también se haya podido caer en el otro extremo, es decir, que por una influencia del clima democrático que invade nuestra sociedad, la autoridad religiosa queda destinada a un mero punto de vista: “El deseo de una comunión más profunda entre los miembros y la reacción comprensible hacia estructuras consideradas demasiado autoritarias y rígidas, ha llevado a no comprender en todo su alcance la misión de la autoridad, hasta el punto de ser considerada por algunos, incluso, como no necesaria para la vida de la comunidad, y, por otros, reducida al simple papel de coordinar las iniciativas de los miembros. (…)Si el clima democrático, hoy tan difundido, ha podido favorecer el sentido de corresponsabilidad y de participación de todos en la toma de decisiones, incluso dentro de la comunidad religiosa, no se puede olvidar que la fraternidad no es sólo fruto del esfuerzo humano, sino también, y sobre todo, don de Dios; un don que exige la obediencia a la Palabra de Dios, y, en la vida religiosa, también a la autoridad, que recuerda esa Palabra y la aplica a las situaciones concretas, según el espíritu del instituto.” 49
La función de la superiora de comunidad con respecto al proceso pedagógico de la formación continua no debe caer en ninguno de estos dos extremos. No se puede ser la guardiana del cumplimiento de unas formas meramente externas de espiritualidad, como garantes infalibles de una experiencia del espíritu. Pero tampoco puede desentenderse de que dicha experiencia del espíritu pueda seguirse llevando a cabo en cada una de las religiosas de su comunidad, de acuerdo al propio proyecto carismático, a las necesidades de la comunidad y a la etapa evolutiva de cada religiosa. Este papel de animadora de la experiencia del espíritu ha sido ampliamente confirmado por el magisterio de la Iglesia durante el periodo del postconcilio.
Ya el documento conciliar Perfectae caritatis da el tono espiritual con el que las superioras deben llevar a cabo su función. Se trata de cuidar las almas que Dios les ha encomendado, no únicamente las personas. “Mas los Superiores, que habrán de dar cuenta a Dios de las almas a ellos encomendadas, dóciles a la voluntad divina en el desempeño de su cargo, ejerzan su autoridad en espíritu de servicio para con sus hermanos, de suerte que pongan de manifiesto la caridad con que Dios los ama. Gobiernen a sus súbditos como a hijos de Dios y con respeto a la persona humana.” 50El respeto a la persona humana no significa desentenderse de la persona humana o dejarla en una forma de libertad que contradiga su dignidad como persona humana. Recordemos que la religiosa es una persona humana, pero que esa persona ha sido ya consagrada por Dios mediante una forma de consagración especial por los votos religiosos. Debido a esta consagración religiosa la persona consagrada adquiere una cierta especial dignidad, que la superiora debe cuidar, valorar y ayudar a que no se pierda, sino que siga creciendo.
Con el pasar del tiempo se va profundizando y comprendiendo mejor la función de la superiora de comunidad. Será el documento Mutuae relaciones de 1978 quien consigne a la posteridad las tres funciones de la superiora de comunidad: enseñar, santificar y gobernar. Es interesante observar como en la función de enseñar se específica claramente la labor eminentemente espiritual de la superiora de comunidad en relación con las religiosas a ellas encomendadas. Toca a la superiora de comunidad ejercer una acción de maestra del espíritu, esto es, de llevar y guiar a las almas por el camino del espíritu marcado por el evangelio y el propio carisma. Esto no es sino una confirmación de lo que debe realizar la superiora de comunidad en relación con la labor pedagógica de sostenedora y mediadora de la experiencia del espíritu que supone el encuentro con Cristo. Ejerciendo su función de maestra del espíritu podrá guiar a las almas a ella encomendada por los caminos del espíritu más adecuados para que se materialice y concretice la experiencia del espíritu del encuentro con Cristo. “Función de magisterio: los Superiores religiosos tienen la misión y autoridad del maestro de espíritu con relación al contenido evangélico del propio Instituto; dentro de ese ámbito, pues, deben ejercitar un a verdadera dirección espiritual de toda la Congregación y de las comunidades de la misma; lo cual procurarán llevar a la práctica en armonía sincera con el magisterio auténtico de la Jerarquía, conscientes de realizar un mandato de grave responsabilidad dentro del ámbito del área evangélica señalada por el Fundador.”
El desarrollo espiritual de las almas a ellas confiadas es tarea de la superiora de comunidad como indica el documento La dimensión contemplativa de la vida religiosa, de 1980. Califica la labor de la superiora de comunidad en el ámbito espiritual con el adjetivo de animadora, dando a entender su función no meramente pasiva ni impositiva. Animar es velar, estar a lado, suscitar inquietudes, en forma tal que es la religiosa quien debe llevar a cabo la experiencia del espíritu del encuentro con Cristo. Pero es la superiora de comunidad la que revisa atentamente que la llama de este amor no venga apagada o debilitada por tantos afanes que la vida comporta. “La Superiora desempeña en la comunidad un papel de animación simultáneamente espiritual y pastoral en conformidad con la "gracia de unidad" propia de cada Instituto.” 52Y más adelante este mismo número nos indicará la forma en que debe llevarse a cabo esta animación espiritual: “Este servicio de animación unitaria requiere, por lo tanto, que los superiores y superioras no se muestren ni ajenos y desinteresados frente a las exigencias pastorales, ni absorbidos por tareas simplemente administrativas, sino que se sientan y sean considerados en primer lugar como guías para el desarrollo simultáneo, tanto espiritual como apostólico, de todos y cada uno de los miembros de la comunidad.” 53
Más adelante, en 1994, el documento Vida fraterna en comunidad irá profundizando la calidad con la que debe ejercerse la autoridad. Reflejo de los signos de los tiempos, la autoridad no debe verse con autoritarismo, sino en un plano de servicio. Se comenzará a hablar de autoridad como un servicio y no ya como un poder. Este servicio de la autoridad debe sin embargo ejercerse sobretodo desde el punto de vista espiritual, ya que la autoridad debe asegurar que se den las condiciones para que las almas sigan respondiendo a la llamada de Dios, a cumplir su voluntad. En el cumplimiento de la voluntad de Dios está encerrada también la experiencia del espíritu del encuentro con Cristo, pues quien a lo largo de su vida quiere irse asemejando con Cristo no hace otra cosa que querer cumplir con la voluntad de Dios. Por ello, la autoridad de la superiora de comunidad tiene que ver con el cumplimiento de la voluntad de Dios, pues no sólo se asegura del cumplimiento de unas normas que encierran la voluntad de Dios para las hermanas y para la comunidad, sino que la superiora de comunidad asegura los medios para que las hermanas puedan seguir respondiendo con entusiasmo a la voluntad de Dios. “Si las personas consagradas se han dedicado al servicio total de Dios, la autoridad favorece y sostiene esta consagración. En cierto sentido se la puede considerar como «sierva de los siervos de Dios». La autoridad tiene la misión primordial de construir, junto con sus hermanos y hermanas, «comunidades fraternas en las que se busque a Dios y se le ame sobre todas las cosas».” 54
Llegamos por fin al último documento del magisterio de la Iglesia para la vida consagrada, El servicio de la autoridad y la obediencia.Dentro de las prioridades del servicio de la autoridad marca como primera aquella de ser ante todo una autoridad espiritual, abocándose a procurar el desarrollo de la vida espiritual de todos los miembros de la comunidad. Vida espiritual no es otra cosa que la vida del espíritu de Cristo. Cada persona consagrada, ya lo hemos visto, busca configurar su vida con la vida de Cristo, haciendo propios los mismos sentimientos de Cristo. Por tanto la autoridad buscará en primer lugar escuchar el espíritu en cada una de las almas encomendadas, con el fin de favorecer el encuentro de cada alma con Cristo. “Una autoridad es «espiritual» cuando se pone al servicio de lo que el Espíritu quiere realizar a través de los dones que distribuye a cada miembro de la fraternidad en el marco del proyecto carismático del Instituto.” 55
Por todas estas citas, nos damos cuenta como el Magisterio de la Iglesia ha venido impulsando la labor de las superioras de comunidad hacia la vertiente eminentemente espiritual. Sin embargo esta función no se ha llevado adecuadamente. Son muchas las razones por las que las superioras de comunidad se han reducido a ejercer una función meramente administrativa. Podría hablarse en primer lugar de una falta de formación que ha originado no pocos problemas cuando se habla de falta de respeto a la intimidad y al secreto profesional, no sabiendo guiar espiritualmente a las lamas. Puede hablarse también de un espíritu de las superioras enfocado meramente a la operatividad de las responsabilidades que se le han encomendado, pasando las personas a un segundo plano, tomando la prioridad las obras y no las personas. Podría hablarse también de una falta de tiempo que no deja espacio a la superiora para dedicarse a la parte espiritual.
Las razones pueden ser muchas y más variadas, pero la consecuencia, desgraciadamente, es una sola y la podemos palpar. Es la inmensa soledad espiritual en la que viven muchas mujeres consagradas que después de su periodo de formación inicial quedan a la deriva, sin más guía que su buena o mala fortuna. Almas consagradas llamadas a la santidad y que muchas veces se debaten en la tibieza espiritual no por falta de ganas o de dones personales, sino por falta de guías seguros. La ruptura dramática entre los procesos iniciales de la formación y su continuidad requieren de las superioras una formación tal que les permitan seguir animando en todas las religiosas a ellas encomendadas la experiencia del espíritu del encuentro con Cristo.
QUÉ TIPO DE FORMACIÓN NECESITARÁN LAS FORMADORAS Y LAS SUPERIORAS DE COMUNIDAD BAJO EL CONCEPTO DE FORMACIÓN COMO EXPERIENCIA DEL ESPÍRITU?
Hemos iniciado este pequeño discurso constatando la importancia del proceso formativo que a raíz del Concilio Vaticano II varias congregaciones e institutos religiosos se han venido empeñando en proporcionar a sus miembros. Los institutos religiosos femeninos han comprendido la necesidad de dar una formación académica a las religiosas. La ratio formationis recoge este anhelo y no sin las normales dificultades se ve a las religiosas que comienzan su camino en la vida consagrada, con un buen acompañamiento espiritual, una adecuada vida fraterna en comunidad, una formación intelectual académica científica a la altura de las necesidades de nuestros tiempos y en no pocas ocasiones se les ve incluso participar en empresas apostólicas adaptadas a su situación.
Sin embargo el proceso formativo de la vida consagrada que hemos definido como la experiencia del espírituque es el encuentro con Cristo, queda bruscamente interrumpido después de las etapas iniciales de la formación, o en el mejor de los casos, queda sólo a la discreción de cada religiosa, con los peligros que ello puede acarrear como es la tibieza espiritual, la desviación del proyecto carismático o la pérdida incluso de la vocación. Además de dejar bien cimentadas las bases de esta experiencia del espíritu que es el encuentro con Cristo en las primeras etapas, cada congregación o instituto de vida consagrada debe buscar los medios adecuados para que dicha experiencia del espíritu no quede truncada o incompleta, sino que pueda continuar a lo largo del tiempo, en forma tal que la religiosa vaya cada día incorporando a su vida los mismos sentimientos de Cristo.
Si bien es cierto que “Dios Padre, en el don continuo de Cristo y del Espíritu, es el formador por excelencia de quien se consagra a El” 56no debemos olvidar que en esta labor formativa Dios se ha valido de mediaciones humanas. “Pero en esta obra El se sirve de la mediación humana, poniendo al lado de los que El llama algunos hermanos y hermanas mayores.” Si el proceso pedagógico de la formación en la vida consagrada es el llevar a cabo la experiencia del espíritu del encuentro con Cristo, las mediaciones humanas serán necesarias para lograr que el proceso pedagógico de la formación en la vida consagrada se lleve a cabo. Hemos ya enunciado que esta ayuda consiste básicamente en ayudar a las religiosas a mantener vivo su amor por Cristo para ayudarles a que continúen a hacer la experiencia del espíritu del encuentro con Cristo.
Cabe entonces preguntarse qué tipo de formación deben recibir lasa formadoras y las superioras de comunidad de manera que estén siempre dispuestas a ayudar a que este proceso pedagógico se lleve a cabo, a buscar los mejores medios, las mejores herramientas para que la mujer consagrada no interrumpa sino que incremente la experiencia del espíritu que comporta el encuentro con Cristo.
Es verdaderamente asombrosa la forma en que coincide el Magisterio de la Iglesia. Ya Juan Pablo II enunciaba las características principales que deben tener los formadores y uno de los últimos documentos del Magisterio de la Iglesia, las Orientaciones para el uso de las competencias de la psicología en la admisión y en la formación de los candidatos al sacerdocio vuelve a confirmar. Decía Juan Pablo II en referencia a los formadores: “Los formadores y las formadoras deben ser, por tanto, personas expertas en los caminos que llevan a Dios, para poder ser así capaces de acompañar a otros en este recorrido. Atentos a la acción de la gracia, deben indicar aquellos obstáculos que a veces no resultan con tanta evidencia, pero, sobre todo, mostrarán la belleza del seguimiento del Señor y el valor del carisma en que éste se concretiza. A las luces de la sabiduría espiritual añadirán también aquellas que provienen de los instrumentos humanos que pueden servir de ayuda, tanto en el discernimiento vocacional, como en la formación del hombre nuevo auténticamente libre.” 58 Lo cual coincide con el último documento de la Congregación de la Educación católica: “Todo formador debería ser un buen conocedor de la persona humana, de sus ritmos de crecimiento, de sus potencialidades y debilidades y de su modo de vivir la relación con Dios.” 59
Ambos documentos recalcan la importancia de la formación espiritual, sea en lo que se refiere al camino que se debe seguir, sea en la meta que se debe alcanzar. Las relaciones con Dios, el objeto que se persigue, es el punto clave para la labor que deben llevar a cabo las formadoras. Por lo tanto ellas mismas deben ser las primeras en conocer los procesos y las dinámicas de la relación con Dios. Y esto en una forma sapiencial, vivencial, es decir, en primera persona. No se trata de que la formadora sea una doctora en teología espiritual para poder guiar a la persona en la experiencia del espíritu del encuentro con Cristo. Es necesario que la religiosa misma sea una persona espiritual, una persona que siga al espíritu, para que pueda enseñar a otras a seguir al espíritu. Y esto se aplica también a la superiora de comunidad. En medio de los quehaceres y los afanes de la vida ordinaria, ella debe dar la primacía a su vida espiritual. Esta es la recomendación de otro de los últimos documentos del Magisterio de la Iglesia, dirigido a quien está constituido en autoridad. Nos referimos a “El servicio de la autoridad y la obediencia” que en las recomendaciones a la superiora de comunidad dice: “Para poder promover la vida espiritual, la autoridad deberá cultivarla primero en sí misma a través de una familiaridad orante y cotidiana con la Palabra de Dios, con la Regla y las demás normas de vida, en actitud de disponibilidad para escuchar tanto a los otros como los signos de los tiempos.” 60 Ser por tanto una persona espiritual debe ser una prioridad para las formadoras y para las superioras de comunidad. Para ello, cuentan con un tesoro que es el propio carisma.
Si el carisma, como ya hemos mencionado es “se revela como una experiencia del Espíritu (Evang. test. 11), transmitida a los propios discípulos para ser por ellos vivida, custodiada, profundizada y desarrollada constantemente en sintonía con el Cuerpo de Cristo en crecimiento perenne,” 61 la formadora y la superiora de comunidad deberá vivir en primera persona este carisma, es decir esta experiencia del espíritu que la ha dejado su fundador y que consiste básicamente en conocer, vivir, asimilar y transmitir la vida de Cristo, tal y cómo la vivió el Fundador. Sabemos que el misterio de Cristo es inagotable, que se puede vivir de muchas maneras. Prueba de ella lo dan los santos y los fundadores que han alcanzado Cristo a través de formas insólitas. La novedad con la que los Fundadores han vivido la vida de Cristo les ha permitido contemplar un aspecto de Cristo que se presenta en una forma novedosa. Podemos decir que hasta ese momento no se había contemplado Cristo de esa manera. En el vivir el misterio de Cristo con esa novedad, y también con la misma fuerza con la que la vivieron los Fundadores, es la mejor capacitación que una formadora o una superiora de comunidad puede recibir para ayudar a otras de sus compañeras de carisma a hacer la mismaexperiencia del espíritu que comporta el carisma. Es una experiencia que debe realizarla todos los días en forma tal que de este encuentro con Cristo salga siempre la formadora y la superiora dispuesta a ayudar a otras a hacer la experiencia de Cristo. Por ello la superiora de comunidad es la primera en obedecer la voluntad de Dios que la llama a hacer todos los días este encuentro con Cristo. “La persona llamada a ejercer la autoridad debe saber que sólo podrá hacerlo si ella emprende aquella peregrinación que lleva a buscar con intensidad y rectitud la voluntad de Dios. Vale para ella el consejo que san Ignacio de Antioquía daba a un obispo: «Nada se haga sin tu conocimiento, ni tú tampoco hagas nada sin contar con Dios».2525 La autoridad debe obrar de forma que los hermanos o hermanas se den cuenta de que ella, cuando manda, lo hace sólo por obedecer a Dios.” 62
Y como esta experiencia del espíritu del encuentro con Cristo se realiza principalmente en la oración, la formadora y la superiora deberán ser mujeres de oración. No se trata solamente de vivir la oración durante los tiempos que establece la regla o el horario. Ser mujer de oración es ser una mujer que entabla un diálogo ininterrumpido con Dios, en forma tal que constantemente hace la experiencia del espíritu del encuentro con Cristo. Si la oración es el hablar con Dios, de corazón a corazón, la mujer de oración será la que constantemente tenga elevado su corazón a Dios, en forma tal que aprenda a ver, juzgar y actuar más de acuerdo con los criterios de Dios que con los criterios humanos. De esta forma podrá tener la misma visión que Dios tiene sobre los acontecimientos y sobre las personas, ayudando con más eficacia en la labor de transformar las almas que Dios les ha encomendado, en almas cristiformes, almas que vivan los mismos sentimientos de Cristo.
Por último las Orientaciones para el uso de las competencias de la psicología en la admisión y en la formación de los candidatos al sacerdocio nos indica la necesidad que la formadora, y por ende, la superiora de comunidad, sea una persona “conocedor(a) de la persona humana, de sus ritmos de crecimiento, de sus potencialidades y debilidades.” 63 Conviene preguntarnos cuál debe ser la formación que la formadora y la superiora de comunidad deberán tener para conocer a la persona humana bajo los puntos de vista enunciados por el documento de la Congregación de la educación católica. Dicho documento menciona los ritmos de crecimiento, sus potencialidades y sus debilidades. Se trata por tanto de un conocimiento integral de la persona humana, ya que debe abarcar toda la persona humana, sin excluir ni sus potencialidades, ni sus debilidades. NO es fácil establecer para la formadora y la superiora una guía segura sobre la forma en qué debe conocer a la persona humana en su globalidad. Hoy día son muchas las ciencias que tratan de abarcar la complejidad de lo que es el hombre. Sin despreciar a ninguna de ellas, porque han hecho aportes interesantes para comprender mejor el misterio del hombre, la formadora y superiora deben saber verlos y juzgarlos desde el punto de vista con que cada ciencia mira al hombre. La medicina lo hace desde el punto de vista físico, la psicología desde el punto de vista de la conducta del hombre y así cada una de las ciencias tratan de dar una explicación del misterio del hombre a partir de su objeto de estudio.
Será entonces necesario introducir a la formadora y a la superiora en un conocimiento integral del hombre, para evitar reduccionismos que pongan en juego la misma vocación del hombre a la santidad. Una visión global de lo que es el hombre nos lo da la Revelación, el plan de Dios para el hombre. Oigamos lo que dice S. Pablo al respecto: “Por eso doblo mis rodillas ante el Padre, de quien toma nombre toda familia en el cielo y en la tierra, para que os conceda, según la riqueza de su gloria, que seáis fortalecidos por la acción de su Espíritu en el hombre interior, que Cristo habite por la fe en vuestros corazones, para que, arraigados y cimentados en el amor, podáis comprender con todos los santos cuál es la anchura y la longitud, la altura y la profundidad, y conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que os vayáis llenando hasta la Plenitud de Dios.” (Ef,. 3, 14 – 19).
Se establece por tanto una concepción tripartita en el hombre: el cuerpo, en su aspecto biológico (bios), su espíritu, con sus facultades y potencias (psiche) y el alma (nous), el lugar en dónde habita Dios. Los nombres que reciben los distintos estratos de esta concepción tripartita son muy variados, de acuerdo a las culturas, y en el caso de la cristiandad, de acuerdo a los autores místicos y a los santos. Hay santos que utilizan una terminología mística que puede escapar a todo concepto humano, pero que refleja sin lugar a dudas el hecho de que existe un lugar en el hombre en dónde su alma habita con Dios.
En base a esta concepción tripartita, se establecen las diferentes ciencias que tratan de cada uno de estos aspectos del hombre y que la superiora o formadora deberán conocer y tener en cuenta en el momento de formar y dirigir a una persona. No debe olvidar sin embargo que la persona humana es una unidad y como tal lo que sucede en una parte de su ser tiene repercusiones en las otras, como vasos comunicantes. Así, puede observarse en un ejemplo típico, que las personas que pasan por una fuerte crisis de depresión quedan afectadas no sólo en su ánimo (psiche – nous), sino también en su parte biológica (bios), a través de los desórdenes en el comer, en el sueño, en sus actividades motoras. Por ello conviene que conozca en forma somera cuál es el estado normal del alma y sus enfermedades más importantes, así como el estado normal del espíritu y sus enfermedades más importantes.
Como puntos de referencia para conocer el estado del espíritu y sus enfermedades más importantes un libro bastante aceptable, completo y de fácil lectura es Terapia delle malattie spirituali, un’introducione alla tradizione ascetica della Chiesa ortodossa, de Jean-Claude Larchet, Edizioni San Paolo, Milano 2003. Otro libro clásico en este aspecto es de Teología de la perfección de Royo Marín. Libro un tanto difícil de leer, pero cuya lectura vale la pena para conocer los distintos estados del alma y sus enfermedades. Existen por último los libros de los santos, que tanto ayudan a ilustrar en la práctica lo que los manuales y libros de teología espiritual tratan de desentrañar.
En lo que se refiere al estado del espíritu, puede servir el tener contacto con buenos manuales de Psicología, sobre todo aquellas escuelas que estén siempre abiertas al trascendente y a la concepción cristiana de la persona humana. Aquellas que aceptan por tanto la influencia de la gracia en la persona, a través del alma y que dan al hombre la posibilidad de superar sus deficiencias o sus influencias del pasado mediante la libertad y la fuerza de voluntad. Hablaremos un poco más al respecto en el siguiente inciso de nuestro artículo.
Hemos dicho que la superiora o formadora deberá estar muy al pendiente de aquellas concepciones reduccionistas del hombre. En nuestro tiempo la de mayor importancia es la del materialismo que reduce al hombre bajo distintas dimensiones a su cuerpo. Como el cuerpo humano participa en todas las expresiones de su ser (espíritu y alma), muchos reducen a la dimensión corporal la dimensión del espíritu y la dimensión del alma a meras manifestaciones psicosomáticas. Las principales manifestaciones de este materialismo que han acosado el siglo pasado y el actual son el materialismo marxista, el materialismo humanista, el materialismo del bienestar económico y el materialismo psicoanalítico. Brevemente podemos decir lo siguiente de cada uno de ellos .64
El materialismo marxista se basa en la convicción de que la materia es la matriz última de toda realidad, y en particular de cualquier expresión humana. El hombre es una expresión más elevada de la materia evolutiva. Significa que el hombre puede comprenderse con la ayuda de categorías materiales.
El materialismo humanista, muy extendido en Europa, dice que los valores y los bienes materiales deben servir para la realización de los ideales de justicia, libertad, fraternidad, humanización del hombre por parte del hombre mismo. El sentido del hombre se encuentra dentro del hombre y sólo en el horizonte humano. El mismo hombre es capaz de crear estos valores humanos partiendo de una base material. La solución a los problemas como el dolor, la angustia, el sufrimiento, deben ser resueltos, según ellos, sólo mediante iniciativas humanas. Este tipo de materialismo se ha extendido quizás en las comunidades religiosas femeninas cuando se piensa que todos los problemas de la vida fraterna en comunidad, por ejemplo, se resuelven con la sociología, con la aplicación de las teorías de liderazgo, dejando a un lado la acción de la gracia en la vida de la comunidad y en la vida personal de cada religiosa. Otra variación de este mismo problema es cuando se piensa resolver todos los problemas de las religiosas a través de la Psicología o cuando se pide a las novicias o postulantes que hagan un psicoanálisis, como requisito a la admisión o a la profesión perpetua.
El materialismo del bienestar económico da una importancia excesiva a los valores del cuerpo como única posibilidad para acceder a la felicidad, generando una cultura de consumismo. Quizás este materialismo puede infiltrarse en la vida consagrada cuando se exigen medios materiales desproporcionados a la misión o siguiendo únicamente la moda del mundo.
El materialismo psicoanalítico piensa que la vida psíquica (psiche) es sólo un reflejo de procesos corpóreos o materiales. La libido sexual es la que gobierna a todo el ser humano, en forma tal que esta escuela de psicología reduce el hombre al instinto. Según ellos, el espíritu, con sus facultades de conocimiento, libertad y afectos está dominada por las energía líbicas que dirigen y orientan todas las decisiones de la persona.
La gracia y la libertad.
Muchos de estos materialismos influyen en la concepción del hombre, reduciendo todo sus ser a expresiones de la materia. Conviene estar atento y analizar con cautela cada una de estas nuevas teorías que de vez en cuando aparecen y que prometen la solución de los problemas personales y los problemas comunitarios. No existen recetas para saber si dichas teorías reducen al hombre a una manifestación de la materia. Sin embargo, para descubrirlas, hay que pasarlas por la cerniera de la libertad y de la gracia.
El hombre, mediante su cuerpo (bios), sus capacidades espirituales (psiche) y su alma (nous) tiene una doble capacidad para caminar por la vida y enfrentar toda vicisitud que se le presente. Esta doble capacidad es la gracia y la libertad. Por la gracia se hace partícipe de la misma vida de Dios que reside en su alma (nous) y lo hace capaz de vivir en plenitud, en amistad y en armonía con Dios, como recordaba el apóstol San Pablo, en la cita que hemos arriba señalado: “…para que os vayáis llenando hasta la Plenitud de Dios.” (Ef,. 3, 19). No es por tanto una quimera o un sueño el saber que Dios actúa en cada persona, en la medida que cada persona quiera dejar actuar a la gracia. Entramos por tanto en la otra capacidad del hombre, su libertad. Como hemos visto, por su libertad el hombre tiene la capacidad de elegir el bien y rechazar el mal, siempre y cuando tenga bien formada la recta conciencia, en forma tal que buscará agradar a Dios en cada una de las decisiones que tome. Por el misterio de la Encarnación sabemos que la humanidad de Cristo se ha unido misteriosamente a la divinidad, en la persona del Verbo. Todo su ser actuaba para dar gloria a Dios, esto es para agradarlo. La persona consagrada puede aprender del misterio de la Encarnación el actuar eligiendo (libertad) el agradar a Dios. Su actuar se convierte por tanto en un instrumento para divinizarlo.
La superiora y la formadora que quiera conocer verdaderamente a las personas que la Providencia le ha encomendado pueden ayudarse de las ciencias humanas como la Psicología, la Sociología, siempre y cuando éstas estén abiertas al trascendente. Pero deberá tomar cuenta que es una visión parcial de la persona humana. Éstas, y otras ciencias dan una visión del hombre bajo un punto de vista. El hombre no es sólo liderazgo ni conducta humana. El hombre es también y sobre todo lugar en dónde Dios habita, mediante la gracia, en la medida que el hombre se deje modelar de ella, es decir, en la medida en la que el hombre con su libertad elija seguir siempre la vida que le indica Dios. De esta manera la superiora y la formadora podrán ayudar a conocer mejor a sus compañeras y a vivir con mayor plenitud la vida consagrada, es decir a vivir laexperiencia del espíritu del encuentro con Cristo. El hombre, como misterio que es, como espíritu encarnado puede y debe llegar a su plenitud, que es transformarse en Cristo para vivir la vida de Dios que le ha sido regalada en el bautismo. Las religiosas, por la especial consagración que hacen de su persona a Dios poseen medios especialísimos para que esta vida pueda fluir con mayor abundancia. Bienvenidas todas aquellas ciencias que con su carácter científico co-ayudan al conocimiento de la persona consagrada de modo que ésta sea verdadero templo del Espíritu santo y pueda llegar a tener los mismos sentimientos de Cristo.
¿CONOCIMIENTO HUMANO O EXPERIENCIA HUMANA?
Son muchos los esfuerzos que están haciendo las congregaciones y los institutos de vida consagrada por preparar a sus formadoras y a sus superioras de comunidad. La preparación inicial en las ciencias sociales, psicológicas y las ciencias sagradas les prepara para su futura misión de formadoras y superioras. Los cursos de actualización en los que participan también ayudan a llevar a cabo el ayudar a las religiosas en su constante transformación en Cristo, a la manera que el Fundador lo ha querido y con el carisma que Dios ha regalado a la congregación. Sin embargo de poco o nada sirven todas las ciencias humanas y sagradas, todos los cursos de perfeccionamiento si la formadora o la superiora no hace la experiencia de cada hermana, es decir, si no conoce a cada hermana y no le está cercana a ella.
La superiora de comunidad o la formadora no son líderes o psicólogos, aunque necesitan saber algo de liderazgo y de psicología. Hemos dicho que son ante todo mujeres del espíritu que hacen la experiencia del espíritu del encuentro con Cristo para ayudar a otras a personalizar esta experiencia del espíritu que es el encuentro con Cristo. Para ello es necesario no sólo que conozcan y experimenten a Cristo, sino que conozcan y experimenten al ser humano que hará la experiencia del espíritu del encuentro con Cristo. Por ello deberán ser expertas no sólo en aquellas ciencias humanas y sagradas que más puedan ayudarles a conocer a la persona humana, sino que deberán ser expertas en humanidad, es decir, expertas en el arte de estar cercanas a sus hermanas. De nada sirven los cursos de formación o de actualización si la formadora o la superiora es un ser centrado en sí misma. De nada sirve a la superiora conocer las etapas de la psicología evolutiva si no conocer las necesidades y los anhelos de la hermana anciana que vive los achaques de la vejez y en una completa soledad.
La formadora y la superiora de comunidad deben ser cercanas a las hermanas. La situación actual de la vida consagrada, especialmente en Europa, no permite muchas veces el tiempo suficiente para convivir, para estar, para ser. Guiadas por un incesante activismo con el fin de mantener en pie obras que muchas veces no responden ni a los signos de los tiempos ni al carisma originario del fundador, las superioras de comunidad han perdido la sensibilidad por captar las necesidades más profundas de las religiosas a ellas encomendadas. Cegadas tan sólo por el aspecto material y meramente administrativo de la casa, de la comunidad, se han olvidado que más importante que los bienes inmuebles, son las personas consagradas, bienes preciosos. Un poco de cercanía, un poco de estar al lado, un poco de ser superiora ayuda tanto o más que mucha ciencia.
Otro aspecto que la formadora y la superiora de comunidad necesitan para conocer a la persona humana y ayudarla a hacer la experiencia del espíritu del encuentro con Cristo es saber mostrar en cada instante la belleza de la vida consagrada. En muchas ocasiones se pierde de vista el ideal al que las mujeres consagradas han sido llamadas, especialmente en la sociedad secularizada y relativista en la que nos ha tocado vivir. Y como las paredes de los conventos ya no son impermeables a lo que sucede en el mundo y experimentan su influencia, la formadora y la superiora de comunidad debe estar siempre recordando la belleza del ideal de la vida consagrada. Es ley psicológica que somos atraídos siempre por aquello que más se nos repite. La motivación es una tarea que va a la par con el conocimiento de las debilidades del hombre. “Lo que a los ojos de los hombres puede parecer un despilfarro, para la persona seducida en el secreto de su corazón por la belleza y la bondad del Señor es una respuesta obvia de amor, exultante de gratitud por haber sido admitida de manera totalmente particular al conocimiento del Hijo y a la participación en su misión divina en el mundo.« Si un hijo de Dios conociera y gustara el amor divino, Dios increado, Dios encarnado, Dios que padece la pasión, que es el sumo bien, le daría todo; no sólo dejaría las otras criaturas, sino a sí mismo, y con todo su ser amaría este Dios de amor hasta transformarse totalmente en el Dios-hombre, que es el sumamente Amado ».” 65
Un último aspecto que podrá ayudar tanto a la formadora y a la superiora de comunidad en el conocimiento de sus hermanas, será el compartir tiempo en la comunidad y con las hermanas. A una persona no se le conoce por los libros, se le conoce por la vida. La formadora y superiora de comunidad que en verdad quiera conocer a sus religiosas para ayudarles a hacer la experiencia del espíritu debe compartir tiempos, experiencia, la vida entera. No basta con estar juntas, es necesario ser juntas. Una persona se conoce más en su medio ambiente que a través de un coloquio frío y distante. Conviene por tanto aprender a convivir para aprender a conocer. La formadora y la superiora de comunidad harán tesoro de aquellos momentos pasados en común, de forma tal que dichos momentos le permitirán conocer mejor a sus mismas religiosas. Y si no basta una vida para conocer a una persona, tanto más la superiora y la formadora deberán aprovechar cada circunstancia para conocer mejor a las hermanas que la Providencia les ha encomendado.
NOTAS
1 Concilio Vaticano II, Decreto Perfectae caritatis, 28.10.1965, n. 2d.
2 Ibidem., n.2.
3 “Se invita pues a los Institutos a reproducir con valor la audacia, la creatividad y la santidad de sus fundadores y fundadoras como respuesta a los signos de los tiempos que surgen en el mundo de hoy.” Juan Pablo II, Exhortación apostólica postsinodal Vita consecrata, 25.3.1996, n. 38
4 Benedicto XVI, Carta encíclica Deus caritas est, 25.12.2005, n. 22
5 Sagrada Congregación para los religiosos e institutos seculares, Religiosos y promoción humana, 14.5.1978, n. 14.
6 Y dicha situación puede aplicarse a los hombres de todas las latitudes. Vemos la gran similitud que existe entre la Exhortación apostólica post-sinodal Ecclesia in Europa y el documento de Aparecida cuando detectan como uno de los males de nuestro tiempo la pérdida del sentido de la existencia. Si bien se dan en forma distinta y con diversa magnitud, no deja de asombrarnos que estos dos continentes adolecen del mismo problema.
7 Amedeo Cencini, La formación permanente, Ediciones San Pablo, Madrid 2002, p. 40 – 41.
8 Juan Pablo II, Exhortación apostólica postsinodal Vita consacrata, 25.3.1996, n. 65.
9 Código de Derecho Canónico, c. 652§ 2.
10 Código de Derecho Canónico, c.661.
11 Código de Derecho canónico. 573 § 1.
12 Juan Pablo II, Exhortación apostólica postsinodal Vita consecrata, 25.3.1996, n.104.
13 Pablo VI, Exhortación apostólica Evangelica Testificatio, 29.6.1971, n. 55.
14 Ibídem.
15 Ibídem.
16 “La persona integrata cerca di enucleare, partendo di un centro vivo, da una intuizione di base, da un valore –in ultima analisi- nel quale riconosce il suo io e quel che è chiamato a essere, tutte le altre forze della passionalità umana.” Amedeo Cencini, Vita consacrata, Itinerario formativo lungo la via di Emaus, Edizioni San Paolo, Milano 1994, p.52.
17 Juan Pablo II, Exhortación apostólica postsinodal Vita consacrata, 25.3.1996, n. 66.
18 Federico Ruiz, Le vie dello spirito, Sintesi di teologia spirtuale, Edizioni Dehoniane Bologna, Bologna 2004, p. 103.
19 Congregación para los Institutos de vida consagrada y sociedades de vida apostólica, Orientaciones sobre la formación en los Institutos religiosos, 2.2.1990, n. 68.
20 Congregación para los Institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica, La formación en los Institutos religiosos, 2.2.1990, n.19
21 Federico Ruiz, Le vie dello spirito, Sintesi di teologia spirtuale, Edizioni Dehoniane Bologna, Bologna 2004, p. 102.
22 Giovanni Moioli, L’esperienza spirituale, Lezioni introduttive, Edizioni Glossa, Milano 1994, pp. 71 – 78.
23 Congregación para los Institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica, La formación en los Institutos religiosos, 2.2.1990, n.19
24 Ibídem., n. 67
25 Marcial Maciel, La formación integral del sacerdote, Biblioteca de autores cristianos (BAC), Madrid 1994, p. 45.
26 Congregación para los Institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica, La formación en los Institutos religiosos, 2.2.1990, n.18
27 Congregación para los Institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica, El servicio de la autoridad y la obediencia, 11.5.2008, n.1.
28 Marcial Maciel, La formación integral del sacerdote, Biblioteca de autores cristianos (BAC), Madrid 1994, p. 46.
29 “San Gregorio Nisseno definiste la crescita spirituale come una transizione <>. Sul piano della spirituale coloro che non accettano la fatica della crescita e del ricominciare (la <> di Voillaume), si bloccano e si condannano alla tristezza e alla mediocrità (cf. Ap 2, 4 – 5; 3, 15 – 16). Essi si precludono la possibilità di giungere allo <> (ef 4,13).” Gabriele Ferrari, Religiosi e formazione permanente, La crescita umana e spirituale nell’età adulta, Edizioni Dehoniane Bologna, Bologna 1998, p. 14.
30 Juan Pablo II, Exhortación apostólica postsinodal Vita consacrata, 25.3.1996, n. 66
31 Benedicto XVI, Carta encíclica Deus caritas est, 25.12.2005, n. 17.
32 “La vida consagrada por la profesión de los consejos evangélicos es una forma estable de vivir en la cual los fieles, siguiendo más de cerca a Cristo bajo la acción del Espíritu Santo, se dedican totalmente a Dios como a su amor supremo, para que entregados por un nuevo y peculiar título a su gloria, a la edificación de la Iglesia y a la salvación del mundo, consigan la perfección de la caridad en el servicio del Reino de Dios y, convertidos en signo preclaro en la Iglesia, preanuncien la gloria celestial.” Código de Derecho canónico, c. 573 § 1.
33 Juan Pablo II, Exhortación apostólica postsinodal Vita consacrata, 25.3.1996, n. 17.
34 Carlos Palmés, s.j., Las cinco llagas de la formación y su curación, Editorial Claret, Barcelona 2001, p. 21.
35 Juan Pablo II, Exhortación apostólica postsinodal Vita consacrata, 25.3.1996, n. 19.
36 Jean Claude Larchet, Terapia delle malattie spirituali, Un’introduzione alla tradizione ascetrica della Chiesa ortodoxa, Edizioni San Paolo, Milano 2003, p. 75.
37 Congregación para los Institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica, El servicio de la autoridad y la obediencia, 11.5.2008, n. 9.
38 Ibídem., n. 13g
39 Carlos Palmés, s.j., Las cinco llagas de la formación y su curación, Editorial Claret, Barcelona 2001, p. 21.
40 Luigi Borriello, Esperienza mistica in La mistica parola per parola, a cura di Luigio Borriello, Maria R. Del Genio e Tomás Spidlík, Ancora Editrice, Milano 2007, p. 149 – 150.
41 Carlos Palmés, s.j., Las cinco llagas de la formación y su curación, Editorial Claret, Barcelona 2001, p. 30.
42 Congregación para los Institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica, El servicio de la autoridad y la obediencia, 11.5.2008, n. 13b.
43 German Sánchez Griese, Spiritualità e carisma, La traccia vivente dei fondatori, Edizioni Cantagalli, Siena 2008, p. 45.
44 Sagrada Congregación para los religiosos e institutos seculares, Mutuae relationes, 14.5.1978, n.11.
45 Congregación para los Institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica, El servicio de la autoridad y la obediencia, 11.5.2008, n. 13e.
46 Juan Pablo II, Exhortación apostólica postsinodal Vita consacrata, 25.3.1996, n. 69.
46 “La formación continuada está motivada primero por la iniciativa de Dios que llama a cada uno de los suyos en todos los momentos y en circunstancias nuevas. El carisma de la vida religiosa en un instituto determinado es una gracia viva que pide ser recibida y vivida en condiciones de existencia a menudo inéditas. « El carisma mismo de los fundadores (ET 11) se revela como una experiencia del espíritu transmitida a sus discípulos, para ser por ellos vivida, custodiada, profundizada y desarrollada constantemente en sintonía con el Cuerpo de Cristo en crecimiento perenne (...). El carácter carismático propio de todo instituto requiere, tanto por parte del fundador cuanto por parte de los discípulos, el verificar continuamente la propia fidelidad al Señor, la docilidad a su Espíritu, la atención inteligente a las circunstancias y a los signos de los tiempos, la voluntad de inserción en la Iglesia, la predisposición a la subordinación a la jerarquía , la audacia en las iniciativas, la constancia en la entrega, la humildad en sobrellevar los contratiempos (...). Nuestro tiempo exige de los religiosos de manera especial esta autenticidad carismática, viva e ingeniosa en sus invenciones que destaca claramente en los fundadores... ».44 La formación permanente exige prestar una atención particular a los signos del Espíritu en nuestro tiempo y dejarse sensibilizar por ellos para poder darles una respuesta apropiada.” Congregación para los Institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica, Orientaciones para la formación en los institutos religiosos, 2.2.1990, n.67.
47 Congregación para los Institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica, La vida fraterna en comunidad, 2.2.1994, n. 47
48 Ibídem., n. 48.
49 Concilio Vaticano II, Decreto Perfectae caritatis, 28.10.1965, n. 14.
50 Congregación para los religiosos e institutos de vida secular, Mutuae relationes, 14.5.1978, n. 13a.
51 Plenaria SCRIS, La dimensión contemplativa de la vida religiosa, marzo de 1980, n. 16
52 Ibídem.
53 54 Congregación para los religiosos e institutos de vida secular, Vida fraterna en comunidad, 2.2.1994, n. 50.
54 Congregación para los Institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica, El servicio de la autoridad y la obediencia, 11.5.2008, n.1
55 Juan Pablo II, Exhortación apostólica postsinodal Vita consecrata, 25.3.1996, n. 66.
56 Ibídem.
57 Ibídem.
58 Congregación de la Educación católica, Orientaciones para el uso de las competencias de la psicología en la admisión y en la formación de los candidatos al sacerdocio, 28.6.2008, n. 3.
59 Congregación para los Institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica, El servicio de la autoridad y la obediencia, 11.5.2008, n. 13a.
60 Sagrada Congregación para los religiosos e institutos seculares, Mutuae relationes, 14.5.1978, n.11.
61 Congregación para los Institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica, El servicio de la autoridad y la obediencia, 11.5.2008, n. 12.
62 Congregación de la Educación católica, Orientaciones para el uso de las competencias de la psicología en la admisión y en la formación de los candidatos al sacerdocio, 28.6.2008, n. 3.
64 Para una mayor profundización de este tema recomendamos el libro de Ramón Lucas Lucas, El hombre espíritu encarnado, Compendio de filosofía del hombre, Sociedad de Educación Atenas, Salamanca 1995.
65 Juan Pablo II, Exhortación apostólica postinodal Vita consecrata, 25.3.1996, n. 104. |
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