Nació en Ages, Francia en 1773. Por eso la llamaban Isabel de Ages. Su padre era empleado del gobierno.
Lo más llamativo de su vida cuando niña era que se impresionaba mucho al ver a enfermos y mendigos abandonados y hacía todo lo que podía por ayudarlos.
Un día encontró en la calle a una pobre mujer tiritando de hambre y de frío y con un niñito en los brazos. La llevó a su casa y le dio de comer y le regaló un manto de lana para que se preservara del frío.
Su diversión favorita cuando niña era ir a la playa del mar y construir castillos de arena. Más tarde ella construirá muchos edificios para gente pobre. Y exclamará: "La inclinación a construir edificios la tuve desde muy chiquita". Era una inclinación regalada por Dios para que hiciera un gran bien a la humanidad.
La joven tenía 19 años. Varios jóvenes le habían propuesto matrimonio, pero ella declaró francamente a su mamá que su más grande deseo era dedicarse totalmente a la vida espiritual y a buscar el reino de Dios y la salvación de las almas. Y en aquellos tiempos estalló la Revolución Francesa y empezaron a asesinar a todos los que tenían fincas y haciendas. El hermano de Juana Isabel tuvo que huir de la nación para que no lo mataran los revolucionarios, y la herencia del padre estaba en gran peligro de perderse. Entonces a la joven se le ocurrió una luminosa idea: aprender economía y especializarse en defender las propiedades ante la autoridad. En varios meses logró aprender las técnicas de cómo administrar los bienes, y se hizo muy hábil en hacer defensas de la propiedad ante los jueces.
Con estas nuevas ciencias que había aprendido se presentó ante los tribunales y defendió tan brillantemente el derecho que su familia tenía a heredar los bienes que habían sido de su padre, que aquellos jueces que habían despojado de su herencia a muchísimos ciudadanos, tuvieron que reconocerle sus derechos a Juana Isabel, y así recuperó todos los bienes de la familia. Enseguida con la ciencia económica que había aprendido, se dedicó a administrar los bienes familiares, con éxitos sorprendentes. Estos estudios hechos en la juventud le van a ser enormemente provechosos cuando funde su Comunidad religiosa y tenga que defenderla ante las persecuciones de los enemigos y le sea necesario ser muy hábil administradora para que su comunidad no llegue al fracaso económico. Dios va preparando a sus almas fieles, desde temprana edad, para los trabajos y triunfos que les llegarán en el futuro.
La Revolución Francesa había llevado a la cárcel a centenares de sacerdotes porque no habían querido ser infieles a su santa religión. Juana Isabel se propuso visitar las cárceles donde estaban sufriendo estos ministros del Señor, y tan bondadosamente trató a los carceleros, y tan generosa fue en llevar regalos a los guardias, que estos empezaron a tratar bien a los sacerdotes y hasta les permitían celebrar la santa misa en la cárcel.
La buena administración de las fincas de su padre le producía abundantes ganancias y ella dedicaba lo que conseguía para repartirlo a los pobres. A las familias hambrientas les enviaba costales de mercado. A las mamás pobres les regalaba botellas de leche para sus niños. A los enfermos les costeaba las medicinas. A muchos repartía alimentos y ropa. Era amada y estimada por todos.
Todavía se conserva una estampita de Nuestra Señora del Socorro donde nuestra joven escribió: "Yo Juana Isabel, me consagro y dedico desde hoy y para siempre a Jesús y María". 5 de mayo de 1797. Poco tiempo después de escribir esta tarjeta, supo Juana que a 15 kilómetros de donde ella vivía celebraba la misa un sacerdote católico (a escondidas del gobierno que lo prohibía) y que era de noche y en un depósito de granos. Y allá se fue, porque le habían dicho que ese sacerdote era un santo. Se llamaba Andrés Fournet (que ahora ha sido ya declarado santo por la Iglesia).
Desde la primera vez que ella vio celebrar misa al Padre Fournet se convenció de que era un verdadero hombre de Dios y se propuso hablarle. Pero eran muchas las personas que deseaban charlas con él. La joven se abrió paso por entre la gente, pero el sacerdote al verla tan elegante dispuso poner a prueba su humildad y le dijo: "Usted, aguarde, que antes debo atender a estas personas pobres que son más importantes". Ella aceptó con muy buena voluntad y amabilidad este rechazo y después de que todos los demás se fueron, se acercó a confesarse con el padre, el cual quedó encantado de su gran humildad, y desde aquel día nació una santa amistad entre estos dos apóstoles, amistad que los llevó a ayudarse mutuamente en la fundación de la comunidad.
Juana Isabel le pidió permiso al sabio sacerdote para irse de monja a un monasterio trapense donde no se habla, y se vive ayunando, rezando y meditando. Pero él le aconsejó que más bien se quedara en el mundo ayudando a la juventud pobre y que se encuentra siempre tan desprotegida. Ella aceptó.
El P. Fournet le mandó que se vistiera con una túnica negra de tela muy ordinaria. Esto disgustó mucho al principio a sus familiares ricos que deseaban que ella se vistiera con muchos lujos y elegancia. Pero después se dieron cuenta de que el vestir humildemente le hacía provecho para su santidad, y aceptaron esto. Juana y el Padre Fournet empezaron a reunir muchachas piadosas de buena voluntad y fundaron la Comunidad de Hijas de la Cruz, para atender a la juventud pobre y abandonada, y la santa se dedicó a fundar casas de su comunidad en diversos sitios de Francia. De vez en cuando las vocaciones escaseaban, pero ella redoblaba la oración, y Dios le enviaba nuevas y numerosas vocaciones.
El gran escritor Luis Veulliot decía de nuestra santa: "Es uno de los temperamentos más ricos que he encontrado. Bondadosa, resuelta, estricta y amable; inteligente y muy comprensiva; muy trabajadora y verdaderamente humilde. No se desanima ante ninguna dificultad. Ningún obstáculo ni contratiempo es demasiado grande como para que la obligue a desistir de sus buenas obras. Las angustias interiores no le hacen perder su alegría exterior, y los triunfos no la vuelven creída ni orgullosa. Le llegan dificultades muy grandes: injurias, incomprensiones, problemas enormes, y nada le hace perder su serenidad y su paciencia, porque confía inmensamente en Dios.
Fundó más de 60 colegios para niñas pobres, y parecía una segunda Santa Teresa por su gran fortaleza para viajar y dirigir, y ayudar en todo. Además de sus numerosos y penosos viajes y de sus agotadores trabajos, hacía ayunos y penitencias, y rezaba mucho y sin cansarse. Las últimas semanas sufrió dolores muy agudos que la ayudaron a santificarse más.
Murió el 26 de agosto de 1838, y fue declarada santa en 1947.
Lo más llamativo de su vida cuando niña era que se impresionaba mucho al ver a enfermos y mendigos abandonados y hacía todo lo que podía por ayudarlos.
Un día encontró en la calle a una pobre mujer tiritando de hambre y de frío y con un niñito en los brazos. La llevó a su casa y le dio de comer y le regaló un manto de lana para que se preservara del frío.
Su diversión favorita cuando niña era ir a la playa del mar y construir castillos de arena. Más tarde ella construirá muchos edificios para gente pobre. Y exclamará: "La inclinación a construir edificios la tuve desde muy chiquita". Era una inclinación regalada por Dios para que hiciera un gran bien a la humanidad.
La joven tenía 19 años. Varios jóvenes le habían propuesto matrimonio, pero ella declaró francamente a su mamá que su más grande deseo era dedicarse totalmente a la vida espiritual y a buscar el reino de Dios y la salvación de las almas. Y en aquellos tiempos estalló la Revolución Francesa y empezaron a asesinar a todos los que tenían fincas y haciendas. El hermano de Juana Isabel tuvo que huir de la nación para que no lo mataran los revolucionarios, y la herencia del padre estaba en gran peligro de perderse. Entonces a la joven se le ocurrió una luminosa idea: aprender economía y especializarse en defender las propiedades ante la autoridad. En varios meses logró aprender las técnicas de cómo administrar los bienes, y se hizo muy hábil en hacer defensas de la propiedad ante los jueces.
Con estas nuevas ciencias que había aprendido se presentó ante los tribunales y defendió tan brillantemente el derecho que su familia tenía a heredar los bienes que habían sido de su padre, que aquellos jueces que habían despojado de su herencia a muchísimos ciudadanos, tuvieron que reconocerle sus derechos a Juana Isabel, y así recuperó todos los bienes de la familia. Enseguida con la ciencia económica que había aprendido, se dedicó a administrar los bienes familiares, con éxitos sorprendentes. Estos estudios hechos en la juventud le van a ser enormemente provechosos cuando funde su Comunidad religiosa y tenga que defenderla ante las persecuciones de los enemigos y le sea necesario ser muy hábil administradora para que su comunidad no llegue al fracaso económico. Dios va preparando a sus almas fieles, desde temprana edad, para los trabajos y triunfos que les llegarán en el futuro.
La Revolución Francesa había llevado a la cárcel a centenares de sacerdotes porque no habían querido ser infieles a su santa religión. Juana Isabel se propuso visitar las cárceles donde estaban sufriendo estos ministros del Señor, y tan bondadosamente trató a los carceleros, y tan generosa fue en llevar regalos a los guardias, que estos empezaron a tratar bien a los sacerdotes y hasta les permitían celebrar la santa misa en la cárcel.
La buena administración de las fincas de su padre le producía abundantes ganancias y ella dedicaba lo que conseguía para repartirlo a los pobres. A las familias hambrientas les enviaba costales de mercado. A las mamás pobres les regalaba botellas de leche para sus niños. A los enfermos les costeaba las medicinas. A muchos repartía alimentos y ropa. Era amada y estimada por todos.
Todavía se conserva una estampita de Nuestra Señora del Socorro donde nuestra joven escribió: "Yo Juana Isabel, me consagro y dedico desde hoy y para siempre a Jesús y María". 5 de mayo de 1797. Poco tiempo después de escribir esta tarjeta, supo Juana que a 15 kilómetros de donde ella vivía celebraba la misa un sacerdote católico (a escondidas del gobierno que lo prohibía) y que era de noche y en un depósito de granos. Y allá se fue, porque le habían dicho que ese sacerdote era un santo. Se llamaba Andrés Fournet (que ahora ha sido ya declarado santo por la Iglesia).
Desde la primera vez que ella vio celebrar misa al Padre Fournet se convenció de que era un verdadero hombre de Dios y se propuso hablarle. Pero eran muchas las personas que deseaban charlas con él. La joven se abrió paso por entre la gente, pero el sacerdote al verla tan elegante dispuso poner a prueba su humildad y le dijo: "Usted, aguarde, que antes debo atender a estas personas pobres que son más importantes". Ella aceptó con muy buena voluntad y amabilidad este rechazo y después de que todos los demás se fueron, se acercó a confesarse con el padre, el cual quedó encantado de su gran humildad, y desde aquel día nació una santa amistad entre estos dos apóstoles, amistad que los llevó a ayudarse mutuamente en la fundación de la comunidad.
Juana Isabel le pidió permiso al sabio sacerdote para irse de monja a un monasterio trapense donde no se habla, y se vive ayunando, rezando y meditando. Pero él le aconsejó que más bien se quedara en el mundo ayudando a la juventud pobre y que se encuentra siempre tan desprotegida. Ella aceptó.
El P. Fournet le mandó que se vistiera con una túnica negra de tela muy ordinaria. Esto disgustó mucho al principio a sus familiares ricos que deseaban que ella se vistiera con muchos lujos y elegancia. Pero después se dieron cuenta de que el vestir humildemente le hacía provecho para su santidad, y aceptaron esto. Juana y el Padre Fournet empezaron a reunir muchachas piadosas de buena voluntad y fundaron la Comunidad de Hijas de la Cruz, para atender a la juventud pobre y abandonada, y la santa se dedicó a fundar casas de su comunidad en diversos sitios de Francia. De vez en cuando las vocaciones escaseaban, pero ella redoblaba la oración, y Dios le enviaba nuevas y numerosas vocaciones.
El gran escritor Luis Veulliot decía de nuestra santa: "Es uno de los temperamentos más ricos que he encontrado. Bondadosa, resuelta, estricta y amable; inteligente y muy comprensiva; muy trabajadora y verdaderamente humilde. No se desanima ante ninguna dificultad. Ningún obstáculo ni contratiempo es demasiado grande como para que la obligue a desistir de sus buenas obras. Las angustias interiores no le hacen perder su alegría exterior, y los triunfos no la vuelven creída ni orgullosa. Le llegan dificultades muy grandes: injurias, incomprensiones, problemas enormes, y nada le hace perder su serenidad y su paciencia, porque confía inmensamente en Dios.
Fundó más de 60 colegios para niñas pobres, y parecía una segunda Santa Teresa por su gran fortaleza para viajar y dirigir, y ayudar en todo. Además de sus numerosos y penosos viajes y de sus agotadores trabajos, hacía ayunos y penitencias, y rezaba mucho y sin cansarse. Las últimas semanas sufrió dolores muy agudos que la ayudaron a santificarse más.
Murió el 26 de agosto de 1838, y fue declarada santa en 1947.
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