El historiador Tácito (120) da cuenta en sus Anales de la muerte de «esas gentes a las que el vulgo denominaba cristianos, por el nombre de un tal Cristo que había sufrido el suplicio bajo Tiberio por parte del procurador Poncio Pilato».
Eran, según dice el mismo, «una inmensa multitud». Su muerte «fue organizada como una diversión. Unos, cubiertos con pieles de fieras, fueron desgarrados por perros; otros fueron izados a cruces en las que, al caer el día, se convirtieron en antorchas Y¡ vas, a fin de iluminar la noche.
Nerón había ofrecido sus jardines para semejante espectáculo. Facilitaba juegos en el circo, mezclándose entre la multitud, vestido de conductor de carrozas o bien tronando sobre su vehículo.
Por eso, aun cuando estas gentes fueran unos culpables dignos de los últimos suplicios, uno se sentía lleno de compasión al ver cómo eran inmolados no para el bien público, sino por crueldad de uno solo».
Todo hace suponer que el apóstol San Pedro fue uno de los crucificados en esta noche atroz, puesto que su cuerpo se hallaba depositado en la ladera de la colina vaticana.
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